“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39).
Lo que podemos valorar en el versículo arriba citado es que son las Escrituras las que testifican de Jesús. Este versículo alude al Antiguo Testamento, ya que se refiere a “ellas”, las Escrituras, como las que testifican de Jesús. Además, no podría ser diferente, pues si las Escrituras no apuntasen al Salvador, ¿Quién más lo haría?
Hoy poseemos el Antiguo y el Nuevo Testamento, y tenemos también los cuatro evangelios, donde más que en otros lugares se habla de la vida y obra de Jesús como ser humano y como el Salvador aquí en la Tierra. Todos los libros, unos más que otros, hablan al respecto de Jesús, y los libros proféticos hablan que Él vendría, en especial el libro de Isaías. Los fariseos y los saduceos escudriñaron profundamente estos libros y se volvieron expertos en ellos. Más que nadie, ellos entendían respecto del futuro Mesías, al punto de volverse maestros en el asunto.
Pero cometieron un terrible y espantoso error. Cuando Jesús vino no lo reconocieron como Mesías. Más que eso, lo combatieron y hasta patrocinaron su muerte, así como estaba escrito. Ellos erraron el blanco, y sus descendientes hasta hoy no aceptan a Jesús, aunque un grupo de judíos modernos ya lo ha hecho. Hay una diferencia entre Jesús Dios y el Jesús nacido de María. El primero es alguien de suprema gloria, pero el segundo es, y debe ser, alguien de típica humildad, una persona como nosotros debemos ser. Los fariseos y los saduceos buscaron un Mesías de suprema gloria, como si el propio Dios viniese a vivir aquí. No esperaban alguien como hombre, sino como un Dios. Así fue que ellos se engañaron; esperaban a un Dios que los viniese a libertar del yugo romano.
“La Biblia no está encadenada. Se la puede llevar a la puerta de todo hombre y sus verdades pueden ser presentadas a la conciencia de todo ser humano. Hay muchos que, como los nobles bereanos, escudriñarán las Escrituras diariamente por sí mismos, cuando les sea presentada la verdad, para ver si estas cosas son así. Cristo ha dicho: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.” Jesús, el Redentor del mundo, manda a los hombres no sólo que lean, sino que escudriñen las Escrituras. Esta es una obra grande e importante, y nos está encomendada a nosotros, y al hacerla seremos grandemente beneficiados; porque la obediencia al mandato de Cristo no queda sin recompensa. El coronará con señales especiales de su favor este acto de lealtad que consiste en seguir la luz revelada en su Palabra” (Consejos sobre la Obra de la Escuela Sabática, págs. 92,93).
La Biblia no es un conjunto de escritos en la que parte es realidad y parte es mito. Jesús se refirió a ella como testimonio de sí mismo, como profecía y como relato histórico.
Escudriñad las Escrituras”, declaró Cristo, “porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí”. Juan 5:39. Los que cavan por debajo de la superficie descubrirán escondidas las gemas de verdad. El Espíritu Santo está presente con el investigador ferviente. Su iluminación brilla sobre la Palabra, y fija la verdad sobre la mente con una importancia nueva y fresca. El investigador se llena con paz y gozo como nunca lo había sentido. Percibe la preciosura de la verdad más que nunca. Una nueva luz celestial brilla sobre la verdad iluminándola como si cada letra estuviera enmarcada con oro. Dios mismo habla a la mente y al corazón, transformando la Palabra en espíritu y en vida” (Recibiréis Poder, pg. 335)
La Biblia es la Palabra inmutable de Dios, que debe ser leída y obedecida. Ella transforma y santifica a quien la obedece. En ella encontramos muchas predicciones sobre Jesús, algunas que ya se cumplieron y otras que todavía están por cumplirse. Más del 90% de las profecías bíblicas ya se cumplieron, inclusive algunas de extrema importancia sobre el nacimiento y muerte de Jesús. Queda menos de un 10%, y la parte que falta es la más relevante en el sentido de dar un final al gran conflicto del pecado. Esa parte es la que el Cielo más desea cumplir, y con seguridad la hará. Podemos creer en la Biblia, ella es la poderosa palabra de Dios, que devela el futuro por medio de profetas fieles. No hay en ella mito alguno, ni siquiera en las historias más radicales, como la creación del mundo y de Adán y Eva, del diluvio, del cruce del Mar Rojo, de la caída de Jericó, de la historia de Job y muchas otras, que en una mirada superficial parecen fantasía.
Necesitamos no solo leer más nuestra Biblia, sino profundizarnos en este libro y confiar en él. Allí está escrito nuestro futuro y el del mundo entero.
Jesús enseñaba al pueblo las Escrituras, y debatía con los líderes judíos. En sus enseñanzas pedía que se entregasen a Él y que fuesen obedientes a los escritos. No era para que fueran legalistas, como enseñaban los fariseos y saduceos. De paso, esta posición tan radical en relación principalmente a la ley, fue condenada vehemente por Jesús. Los líderes judíos habían formalizado las Escrituras, creando leyes por sobre las leyes que ya existían; fueron hechas como reglamentos acerca de cómo obedecer a las escrituras. En otras palabras, reglamentaron la Biblia, cosa que ni Dios hizo ni había necesidad alguna. Esto es legalismo, o sea, obedecer las leyes, principalmente por medio de reglas, para así ser salvo. Es la justificación por las obras, y esto está equivocado.
En sus debates con los fariseos Jesús fue frecuentemente duro y directo. Él los condenaba por imponer sobre el pueblo una carga pesada, carga que ni ellos mismos seguían al pie de la letra. La Biblia era para ser seguida como una regla de vida, no como un pesado fardo de exigencias. En sí misma, la Biblia no es un fardo, sino un alivio de esta pesada vida secular que tenemos que soportar. La vida que los judíos inventaron por sobre la Biblia estaba llena de normas, así como la vida secular hoy está llena de normas. Tenemos un formato burocrático que debemos seguir, un conjunto de reglamentos, ya sea en el tránsito, en las empresas, y muchas veces en la iglesia. Pero este no es el estilo bíblico de vida. Lo que Jesús quiso enseñar es que la Biblia contiene un pequeño conjunto de principios que, si son puestos en el corazón (es decir, en el carácter), formará una guía infalible de orientaciones para todos los momentos y situaciones. Además de esto, aún podemos contar con el poder del Espíritu Santo para guiarnos en todas las cosas (para quien así lo desea).
Los seres humanos hacen cosas para su engrandecimiento. En general, nos esmeramos en lo que hacemos, colocamos todas nuestras capacidades y buscamos más conocimiento para mejorar nuestro desempeño, simplemente para obtener reconocimiento. Jesús actuó de modo contrario. Él no enfatizaba en sus actos, sino en las Escrituras. Cuando hacía un milagro portentoso, inexplicable para nosotros, pedía que no contasen a otros, que no lo divulgasen. Pero cuando citaba las Escrituras, lo hacía con todo énfasis para demostrar que él era el Cristo que habría de venir. Él no resaltaba lo que hacía, sino lo que era. No daba importancia a los milagros, sino daba importancia al texto sagrado que apuntaba a la vida del Mesías, que era Él mismo.
La autoridad de Jesús no estaba más intensamente en lo que Él hizo, sino en lo que de Él se escribió en la Biblia. Él nunca dijo que las señales testificaban de Él, sino que las Escrituras lo hacían. Nuestra base de fe no debería ser la segunda venida ni sus milagros, sino lo que la Biblia dice sobre su Primera y sobre su Segunda venida.
La iglesia conoció la generación de Cristo y conoció las siguientes. Jesús vivió fundamentando sus palabras en las Escrituras. Y la generación siguiente, la de los apóstoles que conocieron al Maestro, hicieron la misma cosa: todo lo que podía motivar alguna especulación o dudas, era fundamentado en la Biblia, o sea en el Antiguo Testamento, pues sólo existía ese.
Por ejemplo, encontraron en la Biblia el fundamento para la venida de Juan el Bautista como el segundo Elías, para la venida principalmente de Jesús como el Mesías, y hasta para la traición de Judas. Hay textos que fundamentan el hecho de la muerte de Jesús. Hay profecías que informan sobre el tiempo de los judíos y el tiempo de los gentiles, sobre la entrada de Jesús en el lugar santísimo, y así sucesivamente. Hoy, de los temas importantes a resolver, tenemos el adecuado fundamento en las Escrituras.
“Sea la Palabra la guía y la regla de conducta para ustedes. Ella les enseñará modales corteses, conducta piadosa y juicio certero. Estudien la Palabra. Cuando estén en perplejidad escudriñen la Palabra en busca de la instrucción que se ajuste al caso de ustedes. Busquen al Señor para que los oriente. Nunca codicien lo que el Señor prohíbe en su Palabra, y traten de hacer siempre aquello que su Palabra requiere. “Escudriñad las escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí”. Juan 5:39 (Alza tus Ojos, pg. 85).
Necesitamos colocar a Jesús en el primer lugar en nuestra vida. Si nuestra espiritualidad depende más de los sermones, de la motivación, de la música, de los videos, etc. que de la lectura de la Biblia y del conocimiento sobre Jesús en ellas explicado, entonces hay una necesidad de urgente cambio. Nuestra fe debe estar afirmada no en lo que otros dicen o hacen, sino en la lectura directa de las Sagradas Escrituras y de la experiencia que tenemos nosotros con Dios.
Necesitamos volvernos dependientes de las Escrituras; nuestra vida debe ser un reflejo de ellas, así como fue la vida de Jesús; después de todo, Él es nuestro ejemplo.
“Entre los judíos hay algunos que, como Saulo de Tarso, son poderosos en las Escrituras, y éstos proclamarán con poder la inmutabilidad de la ley de Dios. El Dios de Israel hará que esto suceda en nuestros días. No se ha acortado su brazo para salvar. Cuando sus siervos trabajen con fe por aquellos que han sido mucho tiempo descuidados y despreciados, su salvación se revelará” (Hechos de los Apóstoles, pg. 306).
Necesitamos, otra vez, volver a ser la iglesia de la Biblia, pues ya no lo somos más. En gran medida, somos la iglesia del oír. No podemos salvarnos oyendo sermones y asistiendo a la Escuela Sabática. Necesitamos estar más involucrados y ser más activos.
Dios te bendiga.