La persecución había esparcido a los miembros de la iglesia apostólica de Jerusalén. Como consecuencia lógica, esos miembros habían partido por el mundo, llevándose con ellos la fe, y como resultado de haberse llevado la fe con ellos, hablaban de su propia fe a todas las personas con quienes se relacionaban en los lugares a donde llegaban.
Con la intención de apagar el ardiente fuego de cristianismo, las brasas fueron esparcidas por la maldad y la furia del hombre. Pero eso no apagó el fuego del cristianismo; todo lo contrario, cada brasa esparcida inició otra hoguera, incendiando de esa manera al mundo entero con la ferviente religión de Cristo. (Hechos 11:20)
Estos hombres no se habían organizado para predicar el evangelio; ellos sencillamente creyeron en el evangelio y, al creerlo, predicarlo fue una consecuencia natural.
Fue aquel un impulso espontáneo. Eso es lo que hace el evangelio en el converso: lo impulsa a hablar natural y espontáneamente de su nuevo Dios, de su gran Salvador Jesucristo. Ante el evangelio sólo nos queda repetir las palabras de Jeremías: “había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude.” (Jeremías 20:9)
De este momento en adelante la historia del libro Hechos de los Apóstoles, toma una nueva dirección. Hasta este momento la predicación se había concentrado en el pueblo judío solamente; pero de ahora en adelante el evangelio se anuncia a todos los gentiles. La predicación a los gentiles comienza en la ciudad de Antioquía.
ANTIOQUÍA.
Había en la antigüedad dos ciudades llamadas Antioquía. Una de ella estaba en Pisidia, que pertenecía al Asia Menor. La otra fue capital de la provincia romana de Siria por mucho tiempo; estaba situada a orillas del río Orontes, y fue la tercera ciudad del Imperio Romano (después de Roma y Alejandría); a ésta última se refiere el texto de estudio de hoy.
Antioquía fue fundada por Seleuco Nicátor, y fue llamada Antioquía en honor al padre de Seleuco Nicátor, quien se llamaba Antíoco; esto sucedió 301 años antes de la primera venida de Cristo.
Antioquía era famosa por los derechos que Seleuco había conferido a sus ciudadanos. Uno de esos famosos derechos, era el derecho a la ciudadanía romana, que se había otorgado a los judíos, a los griegos y también a los macedonios.
Debido a ese derecho de ciudadanía, estos tres grupos étnicos gozaban de otro derecho, que era la libertad de religión.
Ellos tenían el privilegio de poder adorar a sus propios “dioses” y a Dios, en su propia religión, con sus propias costumbres y en su propia manera, sin ser molestados por nadie. Probablemente los cristianos gozaron también de estos derechos, ya que podían haber sido considerados como una secta de los judíos, y así también ellos podían adorar a su manera y sin ninguna interrupción.
Antioquía recibía tres honores muy importantes en esos días: primero, era considerada como una colonia romana; segundo era considerada una metrópolis y, tercero, se la consideraba como una ciudad que daba asilo a sus visitantes. Antioquía existe en la actualidad; tiene alrededor de 80,000 habitantes y se encuentra localizada al sur de Turquía; actualmente se la conoce como Antakya, en lenguaje turco.
CHIPRE Y CIRENE
Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús. (Hechos 11:20)
Estos varones, que no eran judíos y cuyos nombres la Biblia no da a conocer, eran cristianos “privados”.
Ellos no tenían una oficina, ni credencial ministerial alguna; tampoco seguían las estructuras de una comisión de homilética, ni de hermenéutica, ni de predicación; ellos simplemente obedecían el instinto natural del corazón de un cristiano renovado por el Espíritu Santo, que es predicar: predicaban a Cristo y a Cristo resucitado.
Cirene era una importante ciudad en la actual Libia, ubicada en las costas del Mar Mediterráneo, al norte de África y al oeste de Egipto; en la actualidad la región donde existió Cirene se conoce como Cirenaica.
Chipre, por su parte, era una importante isla, parte del antiguo mundo mediterráneo. Ese territorio insular era una provincia romana, de la cual era oriundo Bernabé (Hechos 4:36). Allí inició Pablo su ministerio como misionero a los gentiles (Hechos 13:4-11).
Cirene, es la misma ciudad de donde provino el Simón Cireneo, que tuvo la bendición de cargar la cruz del Salvador camino al Gólgota.
Estos varones de Chipre y de Cirene resolvieron rápidamente un problema que para los apóstoles era una gran barrera que cruzar: entregar y predicar el evangelio al mundo gentil. Predicar el evangelio al mundo gentil era un obstáculo casi impasable para la iglesia de Jerusalén, y una obra que los discípulos dudaban mucho en hacer.
Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor. Llegó la noticia de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía. (Hechos 11:21,22)
A pesar de que estos varones africanos y mediterráneos no tenían comisión alguna, ni credenciales, ni una oficina pastoral, Dios estaba con ellos; y, como un resultado lógico de la presencia de Dios, muchos creyeron y se convirtieron al Señor. Hoy el Cielo continúa empleando a gente humilde y sencilla, para efectuar grandes portentos en favor de la causa de Cristo.
INSPECTOR “SUPERIOR”: BERNABÉ
La iglesia de Jerusalén escuchó el fenómeno que estaba ocurriendo en Antioquía y mandó a un inspector espiritual, para que revisara la obra y elaborara un informe para la “Asociación General”, que en ese momento tenía su sede central en Jerusalén, Israel.
Pero este inspector no era cualquier persona; “era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe.” (Hechos 11:24)
Una persona buena adorna la doctrina de Dios y atrae a un mundo que está lleno de infelicidad; una persona buena también gana el afecto de la gente joven y de los niños.
Tristemente, suele suceder que la envidia también se encuentra presente en la iglesia; suele suceder que en todas las esferas de la iglesia, se puede ver la mano satánica usando la envidia para desacreditar, para menospreciar, para reducir y para desprestigiar la obra que los verdaderos hombres de Dios están haciendo por Dios y por su iglesia.
Pero este no fue el caso de la administración de Jerusalén: ellos tuvieron el cuidado de que el ministro que iba a Antioquía, fuera un hombre de confianza, un hombre verdadero, un hombre sin envidia, un hombre recto, un hombre que en verdad cuidara de la obra de Dios sin prejuicios. Para reunir todos esos requisitos, el hombre enviado era “bueno”, estaba “lleno del Espíritu Santo” y era un hombre de “fe”.
La sede mundial de nuestra iglesia ha cambiado de lugar ya varias veces: comenzó en Jerusalén y en la actualidad se encuentra en la ciudad de Silver Spring, estado de Maryland en los Estados Unidos.
Sería importantísimo que toda persona que llega a trabajar a cualquiera de las oficinas administrativas de la Iglesia, diseminadas por todo el mundo, sean “buenos”, sean “lleno del Espíritu Santo” y sean llenos de “fe”.
Si a esos lugares administrativos se llega a trabajar por el color de piel o por apariencias, por nacionalidad, por vínculos familiares o por amistad, entonces se está llegando a trabajar con las credenciales equivocadas.
Éste, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. (Hechos 11:23)
En este versículo descubrimos tres eventos importantes que experimentó Bernabé en Antioquía:
1- Bernabé vio – 2- Bernabé sintió 3- Bernabé habló
Bernabé fue amigable con los nuevos conversos, asistió a todas la reuniones de la iglesia de Antioquía, vio la mano de Dios en la vida de estos gentiles que se habían convertido al evangelio; además, aceptó con sinceridad y honestidad que la iglesia de Cristo es grandiosa en cualquier parte del mundo, sin importar el origen de sus feligreses.
La experiencia de Bernabé contiene una enseñanza pletórica de ejemplos para todos los teóricos que achican o angostan el gran concepto del evangelio y de la iglesia de Cristo en el mundo.
Éste, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. (Hechos 11:23)
¿Qué fue lo que Bernabé vio?
Bernabé vio la gracia de Dios, vio los milagros del Espíritu Santo, vio cómo el Espíritu Santo impartía sus dones y sus frutos a los nuevos conversos, sin importar su nacionalidad, su origen o su color.
Vio cómo a los gentiles, que eran incircuncisos, el Cielo les otorgaba el mismo título de cristianos que tenían los judíos.
Agustín de Hipona dijo: “Donde Cristo está, allí está la iglesia” Estas palabras contienen una verdad hasta cierto punto, pero no es toda la verdad en su esencia, porque queda una gigante pregunta flotando en el aire sin poder ser contestada; esa pregunta es: ¿Y dónde está Jesucristo?
Para ampliar el pensamiento de Agustín, podríamos decir lo siguiente: “Donde se manifiesta la gracia de Cristo, allí está su iglesia”. Bernabé vio la gracia de Cristo manifestada en un grupo de personas y descubrió que allí estaba la iglesia de Cristo.
Éste, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. (Hechos 11:23)
¿Qué sintió Bernabé?
Bernabé sintió gozo. Es un gran principio del cristianismo reconocer que la gracia de Dios trabaja de diferentes maneras, en lugares extraños y en diferentes personas; es un gran triunfo para el cristiano cuando logra aceptar esta realidad con regocijo.
Hay casos en los que nuestros amigos o familiares se entregan a Cristo, eligiendo una religión que no es la nuestra, y eso parece que al pueblo adventista del séptimo día no le cae muy en gracia. Muchos creemos que si esa conversión no sucede en las filas de nuestra religión, esa conversión no es tan buena, no es excelente ni suficiente, como debiera de ser.
Hace unos días, escuché a un hermano de nuestra iglesia literalmente menospreciar a su ex-pastor pentecostal y a su religión, por no estar a la altura de la nuestra. Los hermanos pentecostales habían encontrado a nuestro hermano, ahora adventista, tirado en la calle y borracho; y allí, en esa condición, lo recogieron y lo llevaron a su iglesia, donde más tarde aceptó el evangelio de Cristo, y comenzó su carrera espiritual-cristiana.
Su primaria espiritual la hizo en una iglesia pentecostal; más tarde, cuando estuvo mejor preparado, Dios lo movió a otra escuela espiritual que lo hizo crecer mucho más. Nuestro hermano es deudor a la iglesia que lo rescató de las garras del mundo y de los vicios; esa conversión que él tuvo tenía que causar alegría a cualquiera, ya que ese era el inicio de una nueva vida en Cristo.
Bernabé tuvo alegría con estos conversos: eran personas diferentes, de costumbres diferentes, de orígenes diferentes, de nacionalidades diferentes; estaban en la primaria del cristianismo, no tenían un evangelio completo, profundo ni bien cimentado, pero Bernabé vio la gracia de Dios trabajando en estos nuevos conversos.
Sólo los que son buenos, los que están llenos del Espíritu Santo, y los que están llenos de fe, pueden ver la gracia de Dios trabajar en una persona cuando ésta es convertida al evangelio; sólo los que son buenos son movidos a tener gozo cuando ven la gracia de Dios que florece en los creyentes.
(Hechos 11:23) ¿Qué dijo Bernabé? Exhortó a todos a que de corazón fueran fieles a Dios.
La suma de todo el objetivo de la religión es Cristo; la suma de todo el mensaje de la religión es ser fiel a Cristo.
Después fue Bernabé a Tarso para buscar a Saulo; y hallándole, le trajo a Antioquía. (Hechos 11:25)
Este acto fue sumamente significativo: indica que Saulo era una persona aprobada para el trabajo, y que también era la persona de confianza para organizar y dirigir la poderosa, nueva y naciente congregación de hermanos antioqueños.
Después de que Saulo estuvo esos quince días en Jerusalén, hospedado en la casa de Pedro, se cree que regresó a Tarso. Posiblemente durante todo ese tiempo, Saulo estaba ocupado en su oficio, que era hacer tiendas, y predicaba el evangelio en las regiones vecinas, como por ejemplo Siria y Cilicia. “y pasó por Siria y Cilicia, confirmando a las iglesias.” (Hechos 15:41)
CRISTIANOS ANTIOQUEÑOS
Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente; y a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía.” (Hechos 11:26)
La bandera de Cristo es públicamente arriada por primera vez, y sus creyentes son llamados por primera vez cristianos y así serán llamados, hasta que este mundo se acabe.
La nueva religión naciente en Antioquía no calzaba en las categorías de las religiones existentes en la ciudad; por lo tanto un nuevo nombre se creó y se les llamó cristianos.
El nombre de “cristianos” no se lo dieron ellos mismos, sino que prácticamente los enemigos de la iglesia les dieron ese nombre, ya que era común llamar a los seguidores con el nombre de su maestro, en este caso Cristo.
No había duda de que la nueva iglesia ya había comenzado a llamar la atención de la gente de afuera. Una nueva etiqueta fue creada, para una nueva botella, donde se depositaría un nuevo y diferente vino, un vino sin fermentar, puro, dulce y deleitoso: vino salvífico.
Los antioqueños no llamaron a la iglesia “jesuitas”; llamarlos por ese nombre hubiera sido limitar la iglesia a seguir al hombre llamado “Jesús”.
Los antioqueños fueron más allá de eso; ellos llamaron a los seguidores de la nueva iglesia cristianos. No estaban llamando a sus seguidores por el nombre de su Fundador, sino por la oficina de su Fundador. Cristo es más que un hombre, Cristo es el Mesías, que significa “ungido”. Cristo es el Hijo de Dios, Cristo es Dios.
Se necesitan cuatro elementos para constituir a un cristiano: la fe, la vida, las pruebas y la muerte.
-La fe hace a un cristiano -La vida prueba a un cristiano -Las pruebas confirman a un cristiano -La muerte corona a un cristiano- que no te dé vergüenza ser cristiano, pues es el más alto honor al que hemos sido llamados, es nuestro deseo que Dios siempre dirija tus pasos en esa senda que conduce a la vida eterna. Bendiciones.
Justa vida es aquella que se sufre en situaciones poco comunes, de exposición de alta injuria con las características propias de posibilidades de amplia contemplación de un pasado excepcional que rigurosamente el vigía reformador sufre las miserias del mundo hostil descrito por las cartas Paulinas a Timoteo… pero sin miedo y sin rencor a la presente refriega que con esmero Satan registra sus galas macabras de víctimas del estrago por amor al dinero.