Oraciones cortocircuitadas.
“Por tanto, si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis sus ofensas a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” Mateo 6: 14, 15.
Quiero creer que todos estamos de acuerdo en que el amor de Dios es incondicional porque él es así; “Dios es amor” (1 Juan 4:8). Sin embargo, su relación, su interacción o su conexión con los que ama sí es condicional.
Hay muchos textos en la Palabra de Dios que ilustran esta idea. Déjame mostrarte dos textos de entre todos estos que nos resultan más familiares:
- Juan 1:12: “Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Este texto expresa el inmenso deseo que el Señor tiene de llamar hijos suyos a todas las personas de la tierra, pero esa prontitud tiene un único límite: la elección humana. La expresión “mas a todos…” denota un sentido de condición. Parafraseando, podríamos entenderlo como: “Solamente a todos los que lo recibieron…” Solo aquellos que lo reciben pueden ser llamados así.
- Apocalipsis 3:20: “Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo”. El único límite al ofrecimiento de Cristo para entrar en nuestro corazón procede de nuestra predisposición a escuchar su voz y abrirle la puerta. Como nos damos cuenta, nosotros mismos somos quienes le ponemos límites a Dios.
Si dependiera todo de Dios, él podría usarnos a su manera sin que se lo pidiéramos, sin embargo, es nuestra elección el desear que Dios reine en nuestras vidas, debido a que es imposible mantener una relación con alguien que se niega a mantener un contacto.
Tal vez aún no entiendas muy bien el título de esta reflexión. Pues bien, para comenzar de lleno con el contexto debes saber y entender que la oración es nuestra conexión con Jesús e incluye tanto la interacción entre Jesús y nosotros como de unos con otros.
“Oraciones cortocircuitadas”. ¿Alguna vez ha ocurrido un corto circuito en tu hogar o en algún otro lugar en donde te encontrabas? ¿Qué ocurre en un cortocircuito?
Cuando ocurre un corto circuito la energía se corta, los cables eléctricos suelen quemarse o dañarse y se pierde la conexión que había de algún aparato eléctrico.
Así como cualquier cable eléctrico, en la oración, la conexión con Jesús se puede perder. Nuestras oraciones pueden estar sufriendo un corto circuito. Si existe alguna circunstancia negativa, las oraciones pueden sufrir este aparatoso caso. ¿Cuál es esta circunstancia negativa? Básicamente es el pecado. “Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios y vuestros pecados han hecho que oculte de vosotros su rostro para no oíros” (Isaías 59:2).
Pareciera que no hay esperanza al leer este texto de Isaías, sin embargo, hay algo que puede reparar esta conexión cortada: “el perdón”. Jesús ha prometido en su Palabra que, si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar (1 Juan 1:9). Pero, espera, no todo es tan sencillo. No podemos confesar nuestros pecados a Dios, así como así. Déjame explicártelo un poco más a fondo. Jesús también dice en su Palabra: “Pero si no perdonáis sus ofensas a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:15).
Para entenderlo mejor, Jesús utilizó una parábola para explicar la importancia de perdonar a nuestro prójimo, específicamente a Pedro, quien fue quien le hizo esta cuestión, y quiero contártela:
“Entonces Pedro se acercó y le preguntó: ‘Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano si peca contra mí? ¿Hasta siete?’ Respondió Jesús: ‘No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete’” (Mateo 18:21, 22).
Si hacemos el cálculo correspondiente en esta declaración de Jesús, setenta veces siete daría como resultado cuatrocientas noventa veces. Eso no quiere decir que solo debemos perdonar cuatrocientas noventa ofensas independientemente de quién sea la persona que nos haya hecho mal, o que a cada persona solo podemos o debemos perdonarla cuatrocientas noventa veces.
Nuestro carácter debe reflejar el carácter de Dios, y en su Palabra se le describe de la siguiente manera: “¡El fiel amor del Señor nunca se acaba! Sus misericordias jamás terminan. Grande es su fidelidad; sus misericordias son nuevas cada mañana” (Lamentaciones 3:22, 23). “Sus misericordias son nuevas cada mañana”. No creo que una sola persona en un día llegue a ofenderte cuatrocientas noventa veces en un día. Tal vez de esa cantidad de veces que Jesús declara en su palabra solo gastes si mucho cinco, y se me hace una cantidad exagerada. Además, el contador de cuatrocientas noventa veces se reinicia cuando un nuevo día comienza. No importa si en un día gastaste cinco, diez, veinte, cuarenta, incluso cien; cuando comienza un nuevo día ese contador vuelve a cuatrocientas noventa. Conforme pasa el día puede ir bajando el contador, pero se vuelve a reiniciar al día siguiente. O ¿tendríamos alguna esperanza si Dios no renovara su misericordia para con nosotros cada mañana como lo menciona su palabra? Estaríamos sumamente perdidos si no fuere así. Entonces ¿por qué no podemos reflejar el amor y el carácter de Dios en nosotros, si así debiera ser?
La historia continúa y Jesús hace una comparación: “Por eso, el reino de los cielos es semejante a un rey, que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar le presentaron a uno que le debía diez mil talentos. Como no podía pagar, su señor mandó venderlo, junto con su esposa, sus hijos y todo lo que tenía, y que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo se postró y le suplicó: ‘Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo’. El señor, movido a compasión, lo soltó y le perdonó la deuda. Al salir, aquel siervo halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios. Trabó de él y lo ahogaba, diciendo: ‘Págame lo que me debes’. Entonces su consiervo se postró a sus pies, y le rogó: ‘Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo’. Pero él no quiso, sino que lo echó en la cárcel hasta que pagara la deuda. Sus consiervos, al ver lo que pasaba, se entristecieron mucho, y declararon a su señor lo que había sucedido. Entonces su señor lo llamó, y le dijo: ‘Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu consiervo, como yo me compadecí de ti?’ Entonces su señor, enojado, lo entregó a los verdugos, hasta que pagara todo lo que le debía” (Mateo 18:23-34).
Qué tristeza debe ser para Dios, que aún nosotros cometiendo los pecados más grandes, no escatima y nos perdona, ver que nosotros no logramos perdonar a nuestros hermanos.
Al final de la historia Jesús advierte: “Así también hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de vuestro corazón cada uno a su hermano” (Mateo 18:35).
Jesús nos exhorta en su Palabra: “Si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:23, 24).
Muchas veces podemos justificarnos como en la historia del fariseo y el publicano cuando asistieron al templo a orar, pero Jesús tiene una historia para ti si este es tu caso:
“Para algunos que se tenían por justos, y menospreciaban a los demás, les contó esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, el otro publicano. El fariseo oraba de pie consigo mismo, de esta manera: ‘Dios, te doy gracias, que no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano…’ Pero el publicano quedando lejos, ni quería alzar los ojos al cielo, sino que golpeaba su pecho, diciendo: ‘Dios, ten compasión de mí, que soy pecador’. Os digo que éste descendió a su casa justificado, pero el otro no…” (Lucas 18:9-14).
Debemos presentarnos en oración a Dios con humildad y sencillez de corazón, reconociendo que somos hombres pecadores y rogando porque su misericordia se manifieste en nosotros. Dios prefiere una humilde oración de un ladrón que una oración orgullosa de un teólogo. Pero esto no puede ocurrir si nuestra oración aún está afectada por un corto circuito.
Asegurémonos día con día de mantener nuestra conexión con Dios en buen estado. Roguemos a Dios para que su Espíritu ponga en nosotros ese sentimiento de humildad que necesitamos para perdonar a los demás. “Perdonad, y seréis perdonados” (Lucas 6:37). Repara esas “oraciones cortocircuitadas”.