Niégate a ti mismo.
“Pero él da mayor gracia. Por esto dice: ‘Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes” Santiago 4:6.
“Humildad”. ¿Qué tan difícil se te hace ser humilde con los demás? Debido a la naturaleza pecaminosa del ser humano seguramente te sea muy complicado, y esa dificultad aumente día con día.
Pocos principios bíblicos son más desagradables para la naturaleza humana y más opuestos a su forma de pensar que estas palabras de Jesús: “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra”. ¿Pero por qué es tan desagradable, si Jesús promete que seremos felices y así heredaremos la tierra? Precisamente, porque la naturaleza del hombre tiende a poner el “yo” en primer lugar.
Desde niños, esta naturaleza comienza a manifestarse tan claramente, y más cuando los padres les enseñan a ser insistentes y sumamente agresivos, a obtener el máximo de todo lo que desean, a pesar de que lo merezcan o de que no.
Pero esto no debería sorprendernos. De hecho, si nos damos cuenta, es una de las señales de que vivimos en el tiempo del fin, tal como lo mencionan estos versos: “También debes saber que en los últimos días vendrán tiempos peligrosos. Habrá hombres amadores de sí mismos” (2 Timoteo 3:2). “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismo!… los que justifican al impío mediante cohecho, y al justo quitan su derecho” (Isaías 5:20, 21, 23).
Con el paso del tiempo y el cambio de mentalidad de las diferentes generaciones que se han ido levantando hasta la actualidad, la gente ya no ve la mansedumbre y la humildad como una virtud, sino como un defecto. No es de extrañarnos, ya que desde tiempos del pueblo de Israel esto vino pasando. “… y se levantó otra generación después de ellos que no conocía al Señor, ni la obra que él había hecho por Israel” (Jueces 2:10).
En su pensamiento ellos dicen: El que es manso es débil.
Y así nos damos cuenta y nos enteramos de que hoy:
- No hay que ser amable, sino duro.
- La castidad es un estorbo; es mejor practicar el libertinaje sexual.
- Solo los tontos son fieles.
- Las únicas decisiones que hay que tomar son las que mejor nos convengan en cada momento.
Satanás se ha hecho cargo, desde tiempos antiguos, de engañar a las personas y hacerles pensar que vivir en libertad conlleva ir en contra de los mandamientos de Dios, y que a todo lo que Dios le aborrece siendo pecado, lo vean como algo bueno, como dice en Isaías 5:20.
La hermana Elena de White en “El Conflicto de los Siglos” menciona: “A medida que uno se familiariza con el pecado, éste aparece inevitablemente menos repulsivo. El que prefiere asociarse con los siervos de Satanás dejará pronto de temer al señor de ellos” (CS, cap. 31, p. 279).
Incluso, como los fariseos en tiempos de Jesús, hay personas que se justifican a sí mismos inclusive cuando están mal. Son tan orgullosos que no desean aceptar sus errores y cuando alguien les hace ver su error se ofenden y comienzan a atacar a la iglesia y a sus feligreses. Puede sonar fuerte esta declaración, sin embargo, es algo que sucede muy a menudo en nuestras iglesias. Respecto a esto la hermana Elena menciona: “El hombre no puede disfrutar de la gracia de Cristo, si sigue en el pecado. ‘Donde se cree en Dios, allí está Dios; y donde está Dios, existe un celo que induce a obrar bien’” (Zuinglio, D’Aubigné, lib. 8, cap. 9, CS, cap. 9, p. 86).
Cuando el pecado aún habita en nosotros, poco a poco va formando un carácter egoísta y orgulloso, el cuál no nos permite rogar a Dios por su perdón, debido a en nuestro pensamiento reina la idea de que actuamos de manera correcta debido a que actuamos conforme a la sociedad de hoy, pero es el mayor error en el que podemos caer. ¿Qué dice la Biblia acerca de esto? “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:15, 16). “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz. Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas” (Efesios 5:1, 8, 11). “Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5:13). ¿Cómo podemos ser la luz del mundo si actuamos igual que el mundo?
Hace algunos años se empezó a escuchar una nueva palabra. En realidad, no es nada nueva, pero en la actualidad han cambiado su concepto totalmente y la han hecho basarse en el egoísmo humano. Se trata de la autoestima. La idea es que, con el fin de amar a Dios con todo nuestro corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, antes tenemos que amarnos a nosotros mismos. Por desgracia, este concepto también ha llegado a las iglesias y las escuelas.
Leía anteriormente en una revista un artículo dedicado a la autoestima. En este artículo sugería a un esposo que fuera a cenar con su esposa a un restaurante que fuera frecuentado por parejas de enamorados. Hasta aquí todo me parecía correcto, y, de hecho, lo era. El artículo continuaba diciendo que se buscara un momento oportuno donde el esposo tenía que mirar tiernamente a los ojos de su esposa mientras susurraba: “Me amo”. En ese momento me pregunté si el autor de ese artículo hablaba en serio.
Todo esto suena ridículo; y lo es. Sin embargo, y por desgracia, muchos cristianos dan crédito a esta filosofía actual, y las familias sufren las consecuencias. Nuestros hogares deben ser lugares en los que estemos encantados de ponernos en primer lugar unos a otros. En los hogares cristianos debería resonar de los padres hacia los hijos los versículos que resaltan este pensar: “…Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos” (Marcos 10:42-44).
¿No es esto para lo que vino Jesús? “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir…” (Marcos 10:45). Y estando en esta tierra, ¿no demanda Dios que sigamos los pasos y el ejemplo de Jesús?
En “El Deseado de Todas las Gentes” se menciona: «Jesús podría haber permanecido al lado del Padre. Podría haber conservado la gloria del cielo, y el homenaje de los ángeles. Pero prefirió devolver el cetro a las manos del Padre, y bajar del trono del universo, a fin de traer luz a los que estaban en tinieblas, y vida a los que perecían” (DTG., cap. 1, p. 16). ¡Qué mayor humildad que esta!
Te desafío a descubrir qué puedes hacer por los demás en lugar de pensar qué pueden hacer los demás por ti. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo” dice Jesús (Mateo 16:24). Que nuestra manera de vivir día con día refleje las virtudes que se mencionan en Efesios 4:2: “Siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor”. Niégate a ti mismo.
Bonita reflexión. Si supieramos la felicidad que deriva de buscar primero el bien de los demás, nos sería fácil negarnos a nosotros mismos.