El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado

 

El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado.

“Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud” Salmo 143:10.

Actualmente, la palabra “obediencia” no pasa por sus mejores momentos. Casi se ha convertido en un concepto anticuado. Evidentemente, la palabra hace que la gente piense en la esclavitud y la opresión, en la violencia y el castigo. La gente del siglo XXI es tan autosuficiente que no tolera la idea de que nada ni nadie pueda ser dominado.

Los votos tradicionales de matrimonio han cedido el paso a expresiones más poéticas. De modo que la palabra “obedecer” ya casi no se usa. Nadie quiere que lo obliguen a obedecer a nada ni a nadie; ni a la ley, ni al maestro, ni al predicador y aún menos al padre o a la madre.

No obstante, si queremos ser capaces de dar nuestro mejor potencial, la obediencia es necesaria.

Un caza F-16 es un avión extraordinario con capacidades increíbles. No obstante, hay algo que el piloto exige por encima de las demás: que el aparato responda de manera total a su control. Si tuviera “voluntad propia”, por destacable que ello pudiera parecer, no volaría mejor que el tope de una puerta. Del mismo modo, por más que estemos dotados de todos los dones posibles, la única manera de que Dios pueda hacer cosas extraordinarias e inauditas como “piloto” de nuestra vida es poniéndonos totalmente bajo su control. Si, vez tras vez, insistimos en tomar el control de nuestra vida en nuestras manos, descubriremos que no lo lograremos en absoluto; de manera que aquellos que estén dotados de menos talentos serán los elegidos para ocupar nuestro lugar. La obediencia es la llave de oro para una vida de alegría y de excelencia.

La obediencia es una actitud. Puede ser forzada o salir del corazón. Una persona puede mostrar una apariencia de obediencia y, en cambio, ser rebelde y traidora. Es posible que, a la vez que hacemos lo que se nos dice que tenemos que hacer, lo odiemos a cada minuto. Jesús no quiere esa clase de obediencia.

Nuestra obediencia hacia él tiene que estar basada en el amor. Cuando nuestro amor proceda del corazón nos deleitaremos en hacer su voluntad. “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).

Obedece al Señor con todo tu corazón.

Todos los padres responsables reconocen la dificultad de ejercer la autoridad que Dios les otorgó sobre sus hijos. El delicado equilibrio que se requiere para ser a la vez duro y tierno es difícil de mantener. Muchos padres refuerzan el espíritu rebelde de sus hijos por ser demasiado autoritarios y rigurosos. Otros ceden ante el niño cuando este pone a prueba su autoridad.

Cuando un niño rebelde se resiste, la presión para ceder en aras de la convivencia pacífica y la armonía puede llegar a ser sobrehumana.

A veces no queremos obedecer de ningún modo.

Peor aún, excusamos nuestra desobediencia diciéndonos que no somos más que seres humanos.

Quizá algunos se sorprendan, pero la desobediencia es imperdonable. Mira, si Dios tolerara la desobediencia de cualquier forma o en cualquier momento, el resultado sería la anarquía. Dios no tolera la desobediencia y tampoco entra en componendas con ella. Sin embargo, es misericordioso con los que desobedecen… de momento. No obstante, según se desprende de lo que sucedió antes del Diluvio, en palabras del propio Dios leemos: “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre” (Génesis 6:3).

La desobediencia es la raíz de todo pecado y miseria. El objetivo de la salvación es arrancar esta raíz del pecado y devolvernos a nuestro destino original; es decir, a una vida de obediencia.

La obediencia era la condición para vivir en el Edén. Y, por cierto, también es la condición que deberán cumplir aquellos que quieran vivir en el paraíso restaurado. Apocalipsis 22:14 dice: “Bienaventurados los que lavan sus ropas para que puedan tener derecho al árbol de la vida”.

La obediencia a su Padre fue el motivo recurrente de la vida de Jesús en la tierra. Se refirió a la obediencia de manera extraordinaria. Él dijo: “Padre, quiero hacer lo que tú quieras que haga” (Hebreos 10:9). Este es el modelo de obediencia que debemos seguir. ¿Por qué no te decides a vivir siguiendo la voluntad de Dios?

Todo el mundo admira la obediencia de los perros hacia los amos. Un día un caballero conoció a un hombre cuyo perro acababa de morir en un incendio forestal. Afligido, el hombre explicó cómo había sucedido. Como trabajaba al aire libre, solía llevar al perro con él. Aquella mañana, dejó al animal en un claro y le ordenó que se quedara a vigilar la bolsa donde llevaba el almuerzo mientras él entraba en el bosque. Entonces se declaró un incendio y pronto el fuego se extendió al lugar donde estaba el perro, pero él no se movió. Se quedó donde estaba, en perfecta obediencia a la palabra de su amo. Con ojos llorosos, el dueño del perro dijo: “Tendría que haber ido con cuidado al darle la orden, porque sabía que la obedecería al pie de la letra”.

La obediencia es característica de los que aman a Dios y el punto de partida de la verdadera santidad. “Al obedecer a la verdad, mediante el Espíritu, habéis purificado vuestras almas para el amor fraternal no fingido. Amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro” (1 Pedro 1:22). “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18).

Las personas que dicen que han recibido a Cristo como su Salvador y, sin embargo, persisten a sabiendas en la desobediencia, de hecho, no lo han recibido en absoluto. Cuando Jesús nos perdona, también nos da el espíritu de obediencia.

¿Es posible que la obediencia a Dios llegue a ser excesiva? ¡De ningún modo! Las Escrituras dicen: “El que es fiel en lo poco, también en lo más es fiel” (Lucas 16:10). Esto es así porque el todo es la suma de sus partes. La persona que es obediente en las cosas pequeñas es obediente; y no hay más que decir. La persona que es desobediente en las cosas pequeñas, sencillamente es desobediente.

¿Se salvarán los desobedientes? La respuesta es sí y no. Dios salvará a quienes vivieron según la luz que recibieron, pero no puede salvar a quienes desobedecen deliberadamente. En realidad, quien persiste en la desobediencia, combate lo que Jesús intenta hacer con su vida, porque con él siempre se siente el deseo de obedecer.

A menos que tengamos el propósito de obedecer sus mandamientos, jamás sabremos de verdad qué es amar a Dios. En última instancia, el amor no se identifica por lo que es, porque es un misterio. Sin embargo, sí podemos identificarlo por lo que hace, porque siempre obedece según el conocimiento que tiene.

Decir que nos salva la fe y no la obediencia es cierto. Desde que el pecado entró en el mundo, jamás ha sido posible mediante la obediencia. La obediencia no tiene nada que ver con el cómo, sino con el qué. En lugar de hablar de la obediencia cuando discutimos sobre cómo ser salvos, tenemos que referirnos a ella como algo que la salvación trae a la vida del cristiano.

Seguro que has oído decir que la obediencia es nuestra respuesta al amor de Jesús.

A primera vista, puede parecer correcto y bueno.

Pero por más que lo intente, cometo errores y no amo a Jesús con todo mi corazón, a veces hago lo que no tengo que hacer y otras no hago lo que tengo que hacer. ¿Cómo responder a este dilema?

La obediencia no es algo que yo le dé a Dios, sino que él me da a mí. La obediencia es, a la vez, un don de Dios y perdón para los pecados. ¿Quiere eso decir que Dios hace su parte perdonándome y yo hago la mía obedeciendo? No, todo cuanto interviene en nuestra salvación es para alabanza y gloria de Jesucristo, nuestro Dios y Salvador.

Quien base su salvación en la fe en Jesús recibirá dos cosas:

  1. Perdón para sus pecados.
  2. El deseo de obedecer.

La salvación es y hace esto como resultado de la fe en Jesús.

En la vida cristiana, la fe y la obediencia tienen la misma relación que en el corazón se establece entre las aurículas y los ventrículos: son inseparables. Jamás pueden trabajar de manera independiente. Una persona perdonada siempre orará pidiendo obedecer.

Obedecer de corazón la voluntad de Dios no es legalismo. Es un don maravilloso que Dios otorga a quienes aceptan a Jesús como su Señor y Salvador.

El tema de la obediencia es algo muy extenso, sin embargo, quiero concluir con un ejemplo:

Imagina a una pareja recién casada apasionada. Pasan los días y al esposo lo transfieren a Alaska para un proyecto importante en su trabajo. Lejos, allá donde están los pingüinos. Lo llevan a la periferia de Alaska, donde no hay desagüe, calefacción, llega fruta y verdura una vez por mes… en fin. El esposo toma a su pareja y se van. Obviamente ellos van a ser felices incluso en esas condiciones porque hay amor. Pero si ella no ama a su esposo y se va con él a Alaska por simple disciplina, porque está casada y no tiene opción, pero va a estar esperando cualquier pretexto para regresar de donde vino. Si él la miró mal, si no la saludó… cualquier cosita mal que él haga ya será motivo para regresarse. Y cuando regresa le preguntan: “¿Por qué te viniste?”, entonces ella responde: “Es que mi esposo me habló fuerte”. Mentira. Eso es un pretexto. La causa es que ella no lo ama.

En la iglesia es igual: “¿Por qué te saliste de la iglesia?”. “Es que los adultos no me comprenden” “Es que en mi iglesia no hay juegos sociales” “Es que a los adultos no les gustaba la música que tocaba” ¡Interesante! Mentira, esos son pretextos. La verdad es que tú no estás enamorado de Jesús. Porque si tú amaste a Jesús lo vas a seguir hasta la muerte, suceda lo que suceda, y estarás dispuesto a obedecer. La razón es el amor. Si yo amo a una persona voy a estar con ella no importando lo que pierda, hasta la muerte. No porque dije que “la voy a amar”, la voy a amar porque la amo. Con Jesús es la misma cosa.

El problema es que vivimos en tiempos en donde no tratamos de vivir para hacer feliz a Jesús. Vivimos en tiempos humanistas donde el centro de la experiencia religiosa no es Dios, sino el ser humano. Dios tiene que girar en torno al ser humano. Dios tiene que acomodarse a lo que el ser humano quiere y gusta. Lo que se conoce como “secularismo religioso”. Estoy en la iglesia, canto, participo, pero Dios es mi vida es un detalle, es una “coma” que puedo dispensar. Porque lo que me importa es lo que yo siento, lo que a mí me gusta. Es mi música, es mi poesía, es mi recreación, es mi deporte, son mis amigos, mi experiencia religiosa gira en torno de eso, no gira en torno de Jesús. Pero todo esto te deja vacío, y cuando llega la noche no sabes qué hacer y piensas: “Dios mío, ¿qué me falta?, ¿a dónde voy?, ¿qué hago con mi vida? Lo que te falta es enamorarte profundamente de Jesús.

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