Cumplir la ley.
“El fin de todo discurso, es éste: Venera a Dios y guarda sus Mandamientos, porque éste es todo el deber del hombre” Eclesiastés 12:13.
Supongamos que estoy conduciendo por la ciudad donde vivo. Imagina que llego a un cruce y el semáforo que corresponde a mi vía está en rojo. Me paro y espero a que cambie. Cuando se pone en verde, continúo; pero luego, al cabo de medio kilómetro, hay otro semáforo que también está en rojo. Esta vez no me detengo, sino que, sin más, sigo adelante. Como puedes imaginar, al instante, detrás de mí, veo un automóvil con unas luces centellantes sobre la capota. Se trata de un agente de policía. Hace que me detenga junto a la acera. Bajo el cristal de la ventanilla, me pide mi permiso de conducir y me dice que me pondrá una multa por haberme saltado el semáforo en rojo. “Pero, agente”, replico yo, “no sé por qué tenía que detenerme en ese semáforo en rojo. Me detuve en el último y, en lo que a mí respecta, he cumplido la ley. No creo que tenga que detenerme más en ningún semáforo en rojo”.
“¡Ridículo!”, podrías pensar; y con razón. Cuando me detuve en el primer semáforo, cumplí la ley, pero al hacerlo no anulaba la ley. Al contrario, reconocía su validez.
Jesús lo dejó claro para los que lo escuchaban –y para nosotros que lo escuchamos ahora– cuando en realidad dijo: “No penséis que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a cumplir” (Mateo 5:17). En otras palabras, dijo: “No vine a anular la ley, tampoco a repudiarla, ni tampoco eliminarla. Vine a cumplirla; o, lo que es lo mismo, obedecerla”.
La ley de Dios es la regla por la cual los caracteres y las vidas de los hombres serán probados en el juicio. “Pero Jehová permanecerá para siempre; ha dispuesto su trono para juicio. Él juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud” (Santiago 9:7, 8).
Hay quienes enseñan que Jesús vino a eliminar la ley de Dios. Esto es imposible, porque dijo que había venido a cumplirla; es decir, a someterse a ella. Jesús realzó la ley, porque los fariseos enseñaban que todo lo que hay que hacer es cumplir la ley de forma externa. Jesús enseñó que hay que obedecerla desde el corazón.
Para algunas personas, parece que la ley de Dios es, por así decirlo, un yugo sobre sus espaldas. Esto hace que sea difícil de sobrellevar, sin embargo, esto contrasta con las palabras de Santiago, quien amonesta a sus hermanos diciéndoles: “Así hablad y así haced como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad” (Santiago 2:12). Yo quiero tener la ley de Dios en el corazón y cumplirla desde dentro hacia fuera. Ojalá que este también sea tu anhelo cada día.