Cuando los creyentes dejamos de evangelizar nos fosilizamos. Caemos en una rutina adormecedora que paulatinamente nos ciega a obedecer la orden bíblica más explícita: predicar el evangelio. Ocuparnos en lo irrelevante es señal de nuestra necesidad de un avivamiento que nos impulse a compartir el evangelio de la gracia: Jesús murió por nosotros.