El desarrollo industrial, la sobrepoblación de las grandes urbes y la tecnología que nos facilita la vida tienen su precio y la naturaleza nos ha pasado la factura. La ciencia confirma que es responsabilidad humana, no de Dios, el resultado de los desastres naturales que hoy afrontamos. Los males que nos aquejan no son decretos arbitrarios de procedencia divina, más bien, Dios en su omnisciencia anticipó nuestra condición actual. Por eso, cuando el Señor regrese, también vendrá para destruir a los destructores. En medio de la paranoia que envuelve a la sociedad por el temor a la autodestrucción masiva, Dios conforta nuestros corazones al asegurarnos su intervención oportuna para llevarnos al hogar celestial.