La distancia del pecado

 

La distancia del pecado

“Cuanto dista el oriente del occidente, tanto alejó de nosotros nuestros pecados” Salmo 103:12.

La doctrina del perdón ocupa un lugar dominante en la historia de la revelación. La Biblia se refiere frecuentemente al perdón en sus diferentes formas y matices.

El Antiguo Testamento emplea tres palabras para significar el perdón: kafar, que quiere decir “cubrir”; nasa’, que tiene la connotación de “levantar” o “suspender”, y, por extensión, “remover”; y salaj, que etimológicamente significa “despedir”, “mandar que se vaya”. ¡Qué fuertes son estos tres vocablos! Por eso el pecador perdonado pasa a disfrutar una paz interior que no se puede expresar en lenguaje humano. Es la certeza íntima que Dios pone en el corazón humano de que sus pecados fueron removidos.

El rey David expresa esta consoladora verdad al decir: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”. Y ¿cómo se explica una “remoción” tan grande? Es que “como es más alto el cielo que la tierra, así de grande es su inmenso amor hacia quien lo reverencia” (Salmo 103:11).

Sí, el perdón divino es algo grandioso y sublime. Al probarlo, el pecador es impelido a cantar en transportes de gozo:

“Soy libre de pena y de culpa,

Su gozo él me hace sentir,

Él llena de gracia mi alma,

Con él es tan dulce vivir” (Himnario adventista, N° 294).

El profeta Miqueas aseguró a Israel que Dios tendría compasión de ellos, removería sus transgresiones y las lanzaría en las profundidades del mar: “Dios volverá a compadecerse de nosotros, sepultará nuestras iniquidades, y echará nuestros pecados en la profundidad del mar” (Miqueas 7:19). La promesa es válida para nosotros hoy, pero hay una condición. Tenemos que volvernos a él, contritos y arrepentidos, y él removerá nuestras culpas y las lanzará en los abismos del mar.

El océano Pacífico alcanza la profundidad de 10,790 metros en la fosa de Mindanao, profundidad superior a la altura del Everest, que es el punto más alto del mundo. El pensamiento de que Dios lanza nuestras iniquidades en tales profundidades debería llenar nuestro corazón de consuelo, gozo y confianza.

No te vistas de santo, no te vistas de perfecto. Ve a Dios pecador. Dile al Señor: “Este soy yo, ¿puedes curarme? Y entonces la mano de Dios viene y te dice: “A partir de hoy tu nombre cambia”. Pero no es en realidad el nombre, sino tu carácter, tu ser, tu vida entera. Y cuando la promesa es que en el cielo Dios te va a dar una piedrecita blanca con un nombre nuevo, es que allá en el cielo tu nombre será el nombre de Cristo, porque en Apocalipsis 14:1 Juan ve a los redimidos, los 144,000, que son parte de los redimidos, y todos ellos tienen escrito en su frente el nombre del Padre y del Hijo. El carácter. Haz dejado de ser el hombre malo, mentiroso, hipócrita, orgulloso, chismoso, el poder del Espíritu de Dios te ha transformado, te ha hecho un hombre nuevo.

¡Qué maravillosa es esta gracia perdonadora! ¡Y Cuán estupendamente espontáneas deben ser nuestra alabanza y gratitud al Señor!

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