Seguir a Jesús.
“Estos son los que no se han contaminado con mujeres, pues son vírgenes. Son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero” Apocalipsis 14:4.
“Después Jesús subió a la barca, y sus discípulos lo siguieron. Y de repente se levantó una tempestad tan grande en el mar, que las olas cubrían la barca. Pero él dormía. Entonces se le acercaron sus discípulos, lo despertaron, y le dijeron: ‘¡Señor, sálvanos, que perecemos!’ Y él replicó: ‘¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” Entonces, se levantó, reprendió al viento y al mar; y vino una completa calma. Y los hombres se maravillaron, y decían: ‘¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?’” (Mateo 8:23-27).
Una tarde, Cristo pidió a sus discípulos que navegaran hacia el otro lado del Mar de Galilea, al país de Gadara. Los discípulos desconocían la razón de esa petición específica en aquel momento determinado para dirigirse a ese punto concreto de la costa, pero Jesús sabía que allí el cielo le había encomendado una misión.
Podrían haber bordeado el lago, pero escogió cruzarlo en barca para tener la oportunidad de demostrar que él es Dios, tanto del mar como de la tierra firme, y para mostrar que es todopoderoso, tanto en el cielo como en la tierra. Consuela saber que tenemos un Salvador en quien podemos confiar y a quien podemos orar; un Salvador que sabe qué es estar en medio de una tormenta.
Jesús no cruzó el lago en un yate o en una embarcación de placer. Él y sus discípulos hicieron la travesía en una embarcación de pesca, sin lujos ni comodidades. Jesús subió a la barca seguido de sus discípulos. Otros que habían venido a escucharlo se quedaron en la seguridad de la tierra firme. Solo los verdaderos discípulos de Cristo están dispuestos a seguirlo en los peligros y las dificultades. Muchos preferirían no moverse de donde están, o regresar sobre sus pasos a arriesgarse a entrar en los peligros del mar. Pero los que quieren estar eternamente con Cristo tienen que seguirlo dondequiera que ahora los lleve: ya sea una embarcación, la cárcel o un palacio.
En cierta ocasión, un anciano miembro de iglesia comentó: “Entré en la iglesia y me acomodé en el asiento de terciopelo. Contemplé el sol que entraba a través de las vidrieras. El ministro, revestido con un manto de terciopelo, tras abrir una Biblia con los bordes de las páginas dorados y un marcador de seda, dijo: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz, venda todo lo que tiene, déselo a los pobres… y sígame” (Mateo 16:24).
Si buscamos una vida de lujos y comodidades, probablemente nos quedemos en la orilla. Pero a los que siguen a Jesús dondequiera que vaya les esperan milagros y bendiciones.
En otra ocasión, Jesús, el hijo del carpintero, viene y le dice a Simón, un hombre de experiencia en la pesca: “Métete adentro del lago, a lo profundo, de día y vamos a echar la red”, siendo que durante la noche Simón no había podido pescar absolutamente nada.
Lo que Jesús le estaba pidiendo era algo ilógico, era ridículo, era fuera de sentido común, era algo que no se hacía. “Nunca lo hice, está mal. Este carpintero que no sabe nada de la profesión, me viene a decir a mí, que yo sé lo que estoy haciendo, cómo se tiene que hacer, y todavía me lo dice mal”. Tal vez Simón en ese momento pensaba todo esto.
Va a haber un momento en tu vida, y ojalá que para ti sea hoy, en este momento, en que vas a tener que enfrentar entre tu experiencia, tu inteligencia, tu sentido común, tu punto de vista, con el punto de vista de Dios. Y vas a tener que tomar una decisión: si confiar en tu instinto, o confiar en lo ridículo que Dios te está pidiendo. Si confiar en tu inteligencia, en tu educación, en tu experiencia, en tu sexto sentido si eres mujer, en tus pertenencias, en tu estatus económico actual; o confiar en éste, “que en realidad ni lo conozco, pero me viene a pedir algo que está mal”.
En algún momento de tu vida, tú vas a tener que enfrentarte con la realidad de tu vida y con los milagros que Dios quiere hacer en tu vida y quizá sea hoy, ahora mismo. Quizás tú estás esperando un milagro de una manera porque quieres que lo haga a tu manera, pero Dios te está abriendo puertas a las cuales tú no estás queriendo entrar porque es ir de día, y en lo profundo, y el Señor te dice: “No importa cuándo, no importa dónde, lo que importa es con quién estás”. Si estás con Dios el milagro ocurre donde quiere, cuando quiere, como quiere y con quien él quiere; porque Él es Dios.
Sigue a Jesús hoy, y deja que los milagros ocurran.