¿Cuál es nuestro origen?

¿Cuál es nuestro origen?

Saber de dónde venimos y hacia dónde vamos, es de vital importancia para determinar nuestro futuro como humanidad.

¿Cuál es nuestro origen? ¿De dónde venimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Hacia dónde vamos? Las respuestas a estas preguntas determinarán nuestra vida presente y futura.

Sin un origen apropiado, no hay rumbo ni sentido en la vida más que el de “sobrevivir”.

Paz, seguridad, alegría y sentido de pertenencia, son el resultado de saber que Dios nos creó.

Cuando no se tiene un buen comienzo, es difícil tener un buen final. Tu origen te deja una marca indeleble, te brinda una plataforma de seguridad, confianza, estímulo y rumbo para toda la vida, o te puede sumergir en una “arena movediza” de incertidumbre, miedo, soledad y falta de sentido en la vida.

Como padres (los que son o llegarán a ser), sería bueno tener eso muy en cuenta. El éxito y la felicidad de tu hijo dependerán, en gran medida, en que tenga un buen comienzo.

Sin embargo, ahora quisiera que vayas mucho más allá de tu realidad familiar, y traslades tu mirada a otra clase de origen y pertenencia. Hablo de revisar nuestros primeros años como raza humana. ¿Alguna vez te preguntaste, seriamente, de dónde venimos?, ¿cuál es nuestro origen como seres humanos? Estoy seguro de que sí. Todos, sin importar la situación familiar, estatus social o nivel económico, hemos considerado estas preguntas. Es como si hubiésemos nacido con esa duda existencial.

Ahora bien, aunque parezca extraño e ilógico, la respuesta que des a esas preguntas influirá a lo largo de toda tu existencia. Incluso, más aún: la respuesta que des a ellas determinará tu futuro eterno.

¿Cómo puede ocurrir eso? Te invito a revisar brevemente, dos formas de ver el origen de la historia del hombre: la Teoría de la Evolución y la Teoría de la Creación. Aquí hallaremos respuestas.

La Teoría de la Evolución tuvo en Charles Darwin su principal exponente. Esta teoría propone, básicamente, que todo lo que existe surgió de la nada. No hubo un Creador o Sustentador en el origen del Universo, ni de la vida en la Tierra. En vez de eso, se sugiere que la vida apareció de forma repentina y espontánea. Luego, con el paso de millones de años y un sinfín de alteraciones, esa vida insignificante fue “evolucionando”. De esta forma apareció la infinita variedad de seres vivientes que conocemos hoy.

En la teoría de la evolución, el origen del ser humano es un producto de la casualidad. No fue diseñado para algo específico. La vida, entonces, se reduce a una continua competencia por la supervivencia. “Gana” el más fuerte. Bueno, en realidad, no hay ganador alguno, porque al final la humanidad está condenada a morir y con ello la vida termina para siempre. No hay esperanza de algo más.

Esta es la postura de muchas personas actualmente, especialmente en el mundo científico. Sin embargo, aunque los argumentos “parezcan” lógicos y atractivos, la propuesta de esa teoría es profundamente desesperanzadora. Es importante recordar que sin un origen apropiado no hay rumbo ni sentido en la vida; la única opción ante una existencia sin sentido es la de “sobrevivir”. Ante una existencia efímera se pierde toda esperanza de algo mejor, pues la muerte es el fin de todo.

Ahora veamos una propuesta diferente. La Teoría de la Creación se basa en las Sagradas Escrituras, su principal exponente es Dios. Él se define allí como el Director, Creador y Sustentador de todo el Universo y la vida en la Tierra. Más aún, él es el origen de la vida: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Desde el principio estaba con Dios. Todas las cosas fueron hechas por él. Y nada de cuanto existe fue hecho sin él” (Juan 1:1-3). La Biblia dice que “por él fueron creadas todas las cosas, las que están en los cielos y las que están en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, dominios, principados o autoridades. Todo fue creado por medio de él y para él” (Colosenses 1:16).

En vez de millones de años de evolución, Dios creó la vida y las principales especies vivientes en seis días literales. Así lo dice Génesis 1 y 2. El séptimo día (sábado) lo reservó para descansar y tener un tiempo de comunión especial con su principal creación: el ser humano: “Así quedaron acabados los cielos y la tierra, y su gran contenido. Y acabó Dios en el séptimo día la obra que hizo, y reposó en el séptimo día de cuanto había hecho. Entonces Dios bendijo el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de cuanto había hecho en la creación” (Génesis 2:1-3).

La especie humana es, para Dios, la máxima creación en el planeta Tierra.

“Entonces dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y que domine los peces del mar, las aves del cielo, el ganado y todo animal que anda sobre la tierra’. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó. Hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios. Les dijo: ‘Fructificad y multiplicaos. Llenad la tierra y gobernadla. Dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo, y todas las bestias que se mueven sobre la tierra’” (Génesis 1:26-28). Adán y Eva salieron de las manos de un Ser amante, preocupado por su bienestar y felicidad. Nunca estuvo en los planes de Dios que el ser humano sufriera y muriera.

Lo cierto es que Dios hizo todo para que fuéramos felices, pero el ser humano se apartó de su Creador; ahora, el pecado es el principal obstáculo entre él y nosotros: “La mano del Señor no se acortó para salvar, ni se agravó su oído para oír, sino que vuestras iniquidades os han separado de vuestro Dios, y vuestros pecados han ocultado su rostro de vosotros para no escuchar” (Isaías 59:1, 2). Y con el pecado, la muerte entró y arrasó con toda la humanidad: “Así como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, pues todos pecaron” (Romanos 5:12).
La buena noticia, es que Jesucristo vino a darnos una segunda oportunidad. Por medio de su vida y muerte tenemos esperanza de vivir eternamente. La Biblia es clara cuando dice que “la paga del pecado es la muerte. Pero el don gratuito de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Entonces la muerte ya no es un problema para Dios. Tampoco lo debe ser para nosotros. Nuestra preocupación debe ser recibir a Jesús como Salvador, y acercarnos a él cada día más. Eso es todo.

Dios se encarga del resto. Él cambiará las cosas: cambiará tu realidad y miedos; tus angustias e inseguridad; tus culpas y ansiedad. Y no solo eso. Muy pronto, algún día este mundo será transformado y volverá a su estado original. Como afirma el apóstol Pedro: “Pero, según su promesa, nosotros esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, donde habita la justicia” (2 Pedro 3:13).

Ahora te pregunto, ¿cómo te sientes ante esa visión de los orígenes y la vida? ¿Acaso no te producen paz, seguridad, alegría, sentido de pertenencia y esperanza? Sin duda. Esos sentimientos fluyen naturalmente cuando reconocemos que nuestro origen es Divino, y que hay alguien que se preocupa por nosotros.

Quizás a ti te esté faltando algo.

Quizás te sientes solo, abandonado o sin un rumbo específico en la vida. No lo sé. Sea como sea, no es el fin; hay algo mejor y puedes alcanzarlo. ¿Cómo? Es solo cuestión de hacer un “¡ALTO!” en esta interminable carrera de la vida. Debes detenerte y mirar hacia tus orígenes. Entonces, allí mismo donde estés, reconoce a Dios como tu Creador, relaciónate con él y prosigue tu camino. Tomar esa decisión cambiará tu vida para siempre.

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