La iglesia y el amor divino
“Y yo conservaré en Israel 7,000 fieles, que no doblaron sus rodillas ante Baal, ni sus bocas lo besaron” 1 Reyes 19:18.
El pastor Enoch de Oliveira contó una de sus tantas experiencias como ministro. Relata que hace algunos años un encanecido miembro de una de nuestras iglesias fue a verlo. Abriendo el corazón, expresó con profunda angustia sus impresiones sombrías relacionadas con el futuro de la iglesia. “Nuestros jóvenes son frívolos y livianos. Los miembros se conducen de un modo general con impresionante apatía espiritual. Nuestras hermanas acompañan la moda con alarmante servilismo. Nuestras instituciones están infiltradas con el espíritu de este siglo”. Sus palabras traducían amargura y derrota.
El pastor se esforzó por convencerlo de que, a pesar del espíritu laodiceano existente entre nosotros, tenemos un buen porcentaje de jóvenes plenamente dedicados a los ideales del adventismo; que una ponderable parcela de los miembros de la iglesia vive a la altura de la “fe que una vez fue dada a los santos”; que hay en nuestro medio millares de piadosas mujeres que no se atavían conforme a los padrones del mundo; y que nuestras instituciones, a pesar de sus evidentes imperfecciones, son todavía islas de piedad.
Pero el pastor sintió que sus argumentos no lograron restaurar en el corazón de aquel hermano la confianza en el futuro de este movimiento.
Le habló entonces de la oración de una niña en una mañana lluviosa: “Gracias te doy, Señor, por esta linda mañana”. Su madre se sorprendió con la oración, pues el día se presentaba húmedo y tormentoso. Pero la criatura explicó las razones de su oración cuando dijo: “Mamá, debemos aprender a nunca juzgar el día por las informaciones del Servicio Meteorológico”.
Nunca juzguemos a la iglesia tomando algunos aspectos negativos evidentes en sus miembros. Elena de White escribió: “La iglesia, debilitada y deficiente, que necesita ser reprendida… es el único objeto de esta tierra al cual Cristo concede su consideración suprema” (Testimonios para los ministros, p. 49).
Cierta vez el profeta Elías, desanimado, dijo: “Sentí un vivo celo por el Señor, Dios Todopoderoso. Porque los israelitas han dejado tu alianza, han derribado tus altares y han muerto a cuchillo a tus profetas. Sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 Reyes 19:14). El Señor le respondió: “Haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal”.
Cuando vemos la iglesia, con todas sus debilidades, nos asombramos por la grandeza del amor divino. El Señor nos dice: “Yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a su casa, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).