Herir o sanar. El poder de las palabras

Herir o sanar. El poder de las palabras.

El Señor nos pide que pasemos todo –cada pensamiento, cada palabra de respuesta– por el filtro de su gracia.

“Pueden palos y piedras mis huesos quebrar, pero las palabras jamás lastimar”, dice la canción infantil que muchos niños balbucean entre lágrimas ante sus acosadores. Pero como todos sabemos, la frase no es muy veraz. Las palabras pueden lastimar, inclusive por mucho tiempo.

Piensa por un momento en tu niñez: ¿Cuántas veces te sentiste herido por algo que le dijeron? ¿Y cuántas veces tú heriste a otros, aun sin quererlo, cuando trataste de defenderse?

Cuando crecemos y maduramos, aprendemos que el Señor es quien tiene que defendernos, y no nosotros. “No os venguéis vosotros mismos” –nos dice Romanos 12:19–, sino dejen el castigo en las manos de Dios, porque está escrito: “Amados míos, antes dad lugar a la ira de Dios. Porque escrito está: ‘Mía es la venganza, yo pagaré’, dice el Señor”.

Importancia y poder de las palabras

Las palabras son importantes para la comunicación. ¿Has tratado alguna vez de pasar un día sin hablar? Es difícil.

Pero las palabras pueden sanar, o por el contrario lastimar, si no son controladas por el Espíritu Santo.

Uno de mis libros favoritos de la Biblia es Proverbios, porque es muy práctico y auténtico. Proverbios 12 está lleno de gemas tales como: “Las palabras de algunos son como estocadas de espada, pero la lengua de los sabios es medicina” (versículo 18); “El Señor detesta los labios mentirosos, pero se deleita en los hombres veraces” (versículo 22); “El hombre cuerdo encubre su saber, el insensato publica su necedad” (versículo 23).

Son palabras de sabiduría que también abundan en promesas, como por ejemplo: “La blanda respuesta calma la ira, pero la palabra áspera excita el furor”. (Proverbios 15:1); “El que pasa por alto la ofensa, promueve la amistad; el que la divulga, aleja al mejor amigo”. (Proverbios 17:9); y “El que ahorra palabras tiene sabiduría, de prudente espíritu es el hombre entendido. Aun el necio, cuando calla, es contado por sabio, el que cierra sus labios es prudente” (Proverbios 17:27, 28).

El libro de Proverbios vincula con frecuencia la sabiduría con la compasión, animándonos a no seguir nuestras inclinaciones naturales. Por ejemplo: “El necio da rienda suelta a toda su ira, el sabio al fin la sosiega” (Proverbios 29:11); “El que tarda en airarse es de gran entendimiento, el impaciente demuestra desatino” (Proverbios 14:29); “Si el que te aborrece tuviera hambre, dale de comer; si tuviera sed, dale de beber; porque ascuas allegas sobre su cabeza, y el Señor te lo pagará” (Proverbios 25:21, 22).

Proverbios y el Sermón del Monte.

En las bienaventuranzas, Jesús nos muestra que si seguimos la sabiduría celestial, esta nos traerá bendiciones, y nos anima a llevarnos bien con las personas: “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:5, 7, 9). La sabiduría y la compasión van de la mano.

Se cuenta la historia de un hombre que agonizaba en un hospital de Nueva York. Hizo llamar a su hijo, que vivía más de ochocientos kilómetros de allí.

El joven llegó y permaneció sentado toda la noche, mientras sostenía la mano del moribundo, hablando y animándolo. El anciano falleció en paz, sin saber que se había producido un error. Al llegar, el joven se había dado cuenta que el moribundo no era su padre. A pesar de ello, en lugar de irse o hacer un comentario hiriente, tuvo compasión y alentó al anciano durante sus horas finales.

Como cristianos, deberíamos ser como Jesús. Lo que decimos y hacemos tiene que llevar el sello divino de aprobación. Se nos dice: “La religión de Jesús ablanda cuanto haya de duro y brusco en el genio, y suaviza lo tosco y violento de los modales. Hace amables las palabras y atrayente el porte.

Aprendamos de Cristo a combinar un alto sentido de la pureza e integridad con una disposición alegre. Un cristiano bondadoso y cortés es el argumento más poderoso que se pueda presentar en favor del cristianismo” (Obreros evangélicos, p. 128).

El filtro de la gracia divina.

En las regiones desarrolladas, los medios sociales son omnipresentes y casi instantáneos. Es fácil responder inmediatamente a algo que nos molesta en Twitter, Facebook, en un sitio web, blog o mensaje electrónico. Estamos aislados de la persona; todo lo que vemos son letras en una pantalla. Pero el Señor nos pide que pasemos todo –cada pensamiento, cada palabra de respuesta– por el filtro de su gracia.

La vida en una era cada vez más digital hace que los diálogos personales sean aún más importantes, y es fundamental que al hablar pidamos orientación a Dios. En ocasiones, he tenido que controlarme cuando respondo sobre algún tema. Podría responder con una apariencia de calma, pero a los demás podría parecerles que estoy reaccionando en forma exagerada. Aun la entonación de la voz, o la manera de expresar algo, puede herir a la gente o incitar un espíritu combativo.

Más allá de la cortesía política.

El tacto y la gracia cristiana, por supuesto, no tienen que estar confinados simplemente a los foros públicos; comienza en el hogar. ¿Con qué clase de tono nos dirigimos a nuestro cónyuge e hijos? ¿Somos insensibles y exigentes, o suaves y perdonadores? En el trabajo, ¿permitimos que las presiones creen respuestas bruscas y desconectadas del receptor humano? En el teléfono, ¿usamos el tacto cristiano, y no solo la cortesía política? ¿Está presente el tacto cristiano en nuestra forma de responder mensajes electrónicos y otras formas de comunicación? Recordemos que una vez que las palabras salen de la boca, se van para siempre, y es casi imposible recuperarlas. Es útil orar y pensar tres veces antes de escribir algo que pueda lastimar, o herir a otra persona. Por ello, cuando esté listo para expresarse, someta su mente y su lengua al Señor, y permítale que él filtre sus palabras para dar respuesta exactas e importantes, pero con el espíritu de Cristo. “Cristo mismo no suprimió una palabra de la verdad, sino que la dijo siempre con amor. Ejerció el mayor tacto y atención reflexiva y bondadosa en su trato con la gente. Nunca fue rudo ni dijo innecesariamente una palabra severa; nunca causó una pena innecesaria a un alma sensible” (El Deseado de todas las gentes, p. 319).

Mientras vemos los eventos mundiales que preparan el último escenario profético, es sumamente importante que cada uno represente al Señor, tanto en forma pública como privada, con el comportamiento correcto y un espíritu dulce y humilde. Esto solo puede hacerse realidad cuando estamos en comunión diaria con el Señor, pidiendo que su Espíritu nos llene para darnos el reavivamiento y la reforma. Al enfrentar los eventos finales de la historia, que en los libros del cielo se escriba que cada uno de nosotros habló con convicción, pero con tacto y gracia cristianos, movidos por el Espíritu Santo que habita en nosotros.

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