DE LOS AMIGOS, SURGEN ENEMIGOS

“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (Isaías 53:4).

Job fue condenado por sus amigos; Jesús fue condenado por el Sanedrín y por el populacho. Pocos permanecieron de su lado, aunque había sanado y beneficiado de algún modo a muchos.

Job cambió su suerte, y eso sucedió en el momento en el que estaba orando por sus amigos. Al terminar la plegaria, sanó, y parece que también tuvo, nuevamente y al doble, todo su ganado. El texto permite entender, aunque no puede afirmarse con total certeza, que Job no tuvo que esperar mucho tiempo para que todo se normalizara. Da a entender que la recuperación de todo, menos la de sus hijos, fue bastante rápida. Pero sin importar cuánto tiempo llevo, todo fue restablecido doblemente, y tuvo otros siete hijos y tres hijas.

Jesús tuvo también todo de nuevo. En el día de su resurrección subió al cielo (ver Apocalipsis 5), en la cual hubo una significativa ceremonia en honor del vencedor, con cánticos y con la apertura del libro sellado, que sólo el triunfador podría abrir. A Jesús le fue restablecido su trono y su gloria, y se convirtió en Rey para toda la eternidad. En aquél domingo, Jesús volvió a la tierra para encontrarse con sus discípulos, para luego retornar al cielo de manera definitiva, cuarenta días más tarde.

No fue justo lo que ocurrió con Job, y tampoco fue justo lo que le sucedió a Jesús. Ambos sufrieron por una causa. Job sufrió para probarle a Lucifer y al universo que había alguien capaz de mantenerse fiel a Dios aun en medio del mayor castigo. Jesús sufrió para salvar a la humanidad, a todo aquél que –como Job– desea ser fiel a Dios eternamente.

Como ya hemos afirmado en un comentario anterior, es entre el grupo de los amigos que surgen los enemigos más acérrimos. Son personas que en un tiempo eran íntimos, pero se transformaron en opositores. Siempre fue así, pues en el origen, no había enemigos. En el gobierno celestial todos eran amigos, fieles a Dios, hasta que Lucifer se volvió un enemigo. Todos los ángeles eran amigos, hasta que un tercio de ellos siguió a Lucifer.

David y Saúl eran amigos, hasta que Saúl se convirtió en enemigo mortal de David, su sucesor. El Salmo 55 habla de este tema, especialmente en los versículos 11 al 14: “Sólo agravios hay en su medio. La opresión y el engaño no se apartan de sus plazas. Porque no me afrentó un enemigo, lo que habría soportado, ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él; sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía y mi amigo íntimo, que juntos nos comunicábamos dulcemente los secretos, mientras íbamos con la multitud a la casa de Dios”.

Así como hoy, en el que –por ejemplo– los abusadores de niños muchas veces viven en la misma casa de la víctima, los enemigos se congregan juntos a nosotros en la misma iglesia. ¿Ha cambiado algo en relación a los tiempos de Job?

Job creía en Dios como Creador y Redentor. Sabía que la solución para el pecado llegaría algún día, y a través de Dios. “Desde el día en que la primera pareja se alejara apesadumbrada del Edén, los hijos de la fe han esperado la venida del Prometido que había de aniquilar el poder destructor de Satanás y volverlos a llevar al paraíso perdido.

Satanás jamás había esperado escuchar de un hombre en situación de total desgracia. Aunque le parecía que estaba siendo castigado por Dios, y sin causa, continuó confiando en Él, y esperaba ser resucitado y ver a su Salvador con sus propios ojos. Con esto afirmó que creía firmemente que sería salvado por Jesús, aun sufriendo castigo de parte del Señor (hay que aclarar que los hechos eran diferentes, pero Job pensaba que estaba bajo castigo divino).

¿Qué es lo que Job le dijo a Dios, en lo más profundo de su dolor, y en el contexto de las acusaciones de sus amigos, basado en el paradigma de la cultura dominante de la época? La afirmación de Job fue una de las tonterías que él dijo, y las cuales Dios más adelante lo inquirió y lo reprendió. Veamos y analicemos la frase de Job: “Diré a Dios: No me condenes, hazme entender por qué pleiteas conmigo. ¿Te parece bien que oprimas, que deseches la obra de tus manos y favorezcas el designio de los impíos? ¿Tienes tú ojos de carne? ¿Son tus días como los días del hombre, o tus años como los tiempos humanos, para que inquieras mi iniquidad, y busques mi pecado? Tú sabes que no soy impío, y no hay quien me libre de tu mano. Tus manos me formaron y me hicieron. ¿Te volverás ahora para deshacerme?” (Job 10:2-8).

En síntesis, ¿qué es lo que Job estaba diciendo? Que Dios no era un ser humano como para sentir el dolor del hombre, y entender de cerca a los humanos. Y añadió que no era inicuo, pero que –aun así– Dios lo estaba castigando injustamente.

Aparentemente, lo que Job dijo estaba bien. En realidad, estaba todo mal.

La apariencia de que decía lo correcto surge de creer que Dios castiga en vida (esto es, después de cometer cada mal), en todos los casos, en todas las iniquidades humanas. Pero esto está mal porque la realidad es muy diferente.

Analicemos otro aspecto. Pablo afirmó que sufriría por Cristo cuanto fuera necesario, y eso sería ganancia. Pedro pidió ser crucificado cabeza abajo, pensando que no era digno de ser crucificado del mismo modo que Jesús. Los demás discípulos y mártires sufrieron gozosamente por Cristo. Job hubiera hecho lo mismo, si hubiera conocido de la acusación y el desafío de satanás, en relación a él, ante Dios. Pero para que su integridad fuera auténtica, debía atravesar el sufrimiento sin saber la verdadera razón. Por eso fue reprendido (al menos, uno de los motivos para ello), pues con lo que sabía de Dios, tendría que haber confiado en Él y discernir que la prueba, aun pareciendo castigo, no venía de Dios, sino del enemigo. Y también no le debió haber sido difícil llegar a la conclusión de que Dios lo amaba, aun cuando le tocara atravesar ese sufrimiento, y habría tomado consuelo, porque tales situaciones no duran para siempre. Pero Job, en parte había dicho todo esto porque estaba siendo fuertemente presionado psicológicamente por sus amigos. Esta debió haber sido una de las razones por la cual Dios le pidió a Job que orara por sus amigos, y no por sí mismo o por su esposa.

En primer lugar, no nos salvamos del modo en que muchos piensan. No podemos ser salvos por la observancia de la Ley de Dios, ni de ninguna ley, porque no tiene prerrogativas para salvar. Tiene tres funciones: orientar nuestra conducta, mantener salvo a quien nunca pecó (no es el caso de nadie en este planeta, pero fue el caso de Adán y Eva antes de la caída), y esto sucede antes de cometer pecado; y condenar a quien ha pecado. No es la prerrogativa de la Ley salvar a los pecadores. Por el contrario, debe condenarlos.

¿Por qué la Ley sólo puede condenar, y no salvar? Simplemente, porque si la ley es la norma de conducta, oriente, por lo que, ante la desobediencia, debe condenar. Si diera una segunda oportunidad, se convertiría en una ley débil, y se instalaría en el universo lo que bien conocemos en nuestros países: la impunidad. En el universo se podría hacer lo que se deseara porque en un gobierno con leyes débiles, obedece sólo el que quiere. Pero este no es el caso del gobierno celestial, que es perfecto porque Dios es perfecto.

La solución del problema del pecado solo admitía, en el gobierno perfecto de Dios, una única alternativa: la muerte del Creador del ser humano, es decir, Jesucristo. Y esta solución requería que el Creador se convirtiera en ser humano, como uno de los que Él había creado, en el estado en el que el hombre había conocido el pecado, para que en un tiempo razonable de vida, atravesando todas las etapas de la vida de un ser humano (nacimiento, infancia, adolescencia, etc.), y siendo acusado de algo que no hubiera hecho (algo que satanás hace con todos los seres humanos que se relacionan con Dios, hasta dentro de la iglesia), ser injustamente condenado, y ser muerto, también injustamente. Tendría que ser injusto para ser válido y aceptable por Dios. Si hubiera sido condenado por algún pecado, eso ya no sería injusto. Su condenación sería tan necesaria como lo es para nosotros, entonces no pagaría el pecado de nadie más, sino sólo el de él. Y una cosa más, tendría que morir la muerte eterna, la que algunos denominan “segunda muerte”, y resucitar de esa muerte, para convertirse también en vencedor sobre ella. Todo eso sólo le correspondía a Jesucristo. De allí es que surge la gracia, o sea, el ofrecimiento gratuito de vida eterna con perdón de los pecados, para que no tengamos que morir para siempre. Eso es lo que le fue anunciado a Adán y Eva. Sería interesante la lectura del Salmo 51, acerca de este tema.

(Isaías 53:1-6). Este pasaje bíblico nos está informando algo que no logramos sentir, ni entender por completo. Nos admiramos ante la intensidad y la crueldad del sufrimiento de Job, pero Jesús sintió ese sufrimiento concentrado sólo durante algunas horas, hasta que fue condenado a morir en la cruz hasta su postrer suspiro. Y añadimos el tiempo en que la mente permanece activa luego del paro respiratorio. Hasta ese tiempo Él podría haber fallado.

El sufrimiento de Jesús incluyó los sufrimientos de todos los seres humanos que vivieran en esta tierra. Él sintió el dolor del pecado y la condenación de todos, o no podría perdonarnos a todos. Fue así que Él pagó por nuestros pecados, sintiendo sobre sí mismo lo que nosotros deberíamos sentir como consecuencia del mal que cometemos.

A diferencia de Job, que ni siquiera sabía la razón de su sufrimiento, Jesús sabía y tenía recursos para resolver y acabar con el sufrimiento pero para cumplir su misión de salvar a la humanidad, se abstuvo de usar esos recursos. Debemos considerar que sólo por el pensamiento o su palabra, podrían haber revertido los hechos. Pero en ese momento, no abrió su boca, permaneció en silencio, en completa humillación, colgado en la cruz, sufriendo lo que toda la humanidad debía sufrir, muriendo en nuestro lugar. Es incomparable el sufrimiento de Jesús ante el de Job. El patriarca argumentó y defendió su inocencia; Jesús sufrió callado cuando, previamente, se había defendido en todas las ocasiones y con vehemencia. En esta ocasión, Jesús fue tan humano como Job, o como cualquiera de nosotros.

¿Cuáles fueron las acusaciones de satanás contra Dios en su campaña política celestial, según lo describe Elena G. de White en El conflicto de los siglos? Y que Todavía están vigentes hoy…

Exaltación propia; Dios exige sumisión y obediencia de sus criaturas; Él mismo no practica su Ley ni se sacrifica; Por lo tanto, no puede servir de ejemplo para nadie.

Según la cita son tres acusaciones, que derivan en una cuarta. Pues bien, si esto fuera verdad, o si al menos uno de estos puntos pudiera verificarse, Lucifer hubiera derribado a Dios de su trono, y eso sería sólo cuestión de tiempo. En caso de que fuera verdad, y el gobierno de Dios cayera, quedaríamos bajo el poder de una criatura, quien obviamente sería incapaz de mantener la vida en el universo, menos de controlar el orden del universo, aun cuando tuviera las mejores intenciones. Así, el universo ya no tendría futuro, se degeneraría hasta terminar en el caos. Estaríamos en una situación en la cual el Creador ya no sería confiable; y del otro lado, el revolucionario sería incompetente, por lo que estaríamos sin salida.

Pero, cuando fue necesario el sacrificio para salvar a la raza humana, Dios no vaciló. Vino a la tierra, por medio de Jesucristo, para hacerse ser humano, sufrir como hombre, por todos, para que, con este medio válido, no sólo derribar todos los argumentos acusa-torios de satanás, sino también reconciliar a la raza humano, que en Adán se había rebelado contra Él.

Prestemos atención a un hecho curioso, y a la vez, peligroso. Adán y Eva se habían revelado a partir de falsos argumentos, fueron engañados, sí, pero se rebelaron. Así actuó satanás con los ángeles celestiales para que se rebelaran contra el Creador. La estrategia de la falsedad es más útil de lo que pensamos, y debemos tener mucho cuidado, pues la utilizan muchos líderes religiosos, sedientos de poder. Aun en nuestra iglesia, como siempre lo fue a lo largo de la historia del pueblo de Dios. Es de esperar que la iglesia verdadera sea traicionada por gente de adentro, influida por satanás, pero eso no puede –ni debe– servir de motivo para que abandonemos la iglesia. Los tales son cizaña, y serán zarandeados hacia fuera de la iglesia a su debido tiempo, tal como Jesús lo explicó. Esa es justamente una de las mayores preocupaciones de la iglesia actual: que el trigo no se pierda por el mal ejemplo de la cizaña que está en la iglesia. Hay falsos hermanos y líderes que viven y obran como personas del mundo y se escandalizan contra aquellos que siguen los escritos. Hay un clima, dentro de la iglesia –y de nada sirve hacer de cuenta de que no existe– de animosidad contra los miembros equilibrados y fieles a Dios en todo. No son bien vistos, ni siquiera por los mayores líderes. Así ha sido previsto. “Hay una agitación emotiva, mezcla de lo verdadero con lo falso, muy apropiada para extraviar a uno. No obstante, nadie necesita ser seducido. A la luz de la Palabra de Dios no es difícil determinar la naturaleza de estos movimientos. [El conflicto de los siglos, p. 458].

Necesitamos mucha más lectura de la Biblia y humildad para ser transformados por Dios, o seremos engañados, pensando que estamos del lado correcto. Muchos, la mayoría, pensarán de ese modo, hasta que será demasiado tarde. “Es una solemne declaración la que hago a la iglesia, de que ni uno de cada veinte de aquellos cuyos nombres están registrados en los libros de la iglesia se halla preparado para terminar su historia terrenal, y que estaría tan ciertamente sin Dios y sin esperanza en el mundo como el pecador común” [General Conference Bulletin, 1893, pp. 132, 133; citado en Servicio cristiano, p. 52].

Esto significa que ni siquiera el cinco por ciento de los miembros está preparado; incluso menos que esa proporción, tal vez ni el 4 o 3 por ciento, o mucho menos que eso. Pero lo que hay que saber es que es fácil salvarse. Sólo hay que aceptar la gracia y continuar salvo obedeciendo a Dios en sus escritos.

Nuestro mayor problema es el mismo que confundió a los amigos de Job, e incluso hasta el propio Job. Tenemos muchas dificultades para entender a Dios, tendemos a dar explicaciones falsas o infundadas acerca del Creador, originadas en su mayor parte a partir de débiles teorías humanas.

La realidad no era lo que parecía ser. Job pensó que vería a Dios algún día, pero no que fuera tan pronto. Él quiso hablar con Dios y plantear su caso, pero no imaginó que Dios en persona se apareciera. Los amigos que condenaron a Job no pensaron que Dios le pediría a Job que orara por ellos. Todo estaba cabeza abajo, y Dios vino para poner las cosas en su debido lugar.

Dios te bendiga.

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