Cuatro dimensiones

¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?” (Santiago 2:22).

Esta cuestión entre la fe y las obras ya ha sido debatida en estas últimas décadas entre nosotros. Es un tema bien comprendido, aunque no por todos. No nos salvamos por las obras. ¿Quién no lo sabe? Somos salvos únicamente por la fe. Y todos también lo saben. Pero no existe fe sin obras; esto algunos, o muchos, ya no lo entienden muy bien. Es curioso e interesante. La fe es más importante que las obras, pues es por ella que somos salvos. Pero es mediante las obras que la fe se perfecciona. ¿Y cómo entender esto?

No es muy difícil. Sabemos que la fe sin obras es muerte; o, en otras palabras, ni siquiera existe. Entonces podemos definirlo así: Si crees en Jesucristo como tu Salvador, y lo aceptas, ejerces fe. Eres salvo. Y asunto resuelto.

Y desde allí en adelante, ¿qué tienes que hacer? ¿Continuarás pecando o dejarás de pecar?

Si continúas pecando, de nada te habrá valido haber aceptado a Jesús. Pero si quieres dejar de pecar, practicarás obras según la Ley, y así irás perfeccionando tu fe, o sea, la fe se ejercita con las obras. Además, es por la práctica que perfeccionamos todo en nuestra vida. Por ejemplo, un mecánico aprende la teoría acerca de los motores a combustión interna. Cuando pone “las manos en la masa”, desarma un motor y procura arreglarlo, eso es llevarlo a la práctica. Entonces confirmará y entenderá mejor la teoría que ha aprendido. Con la fe sucede lo mismo. Crees en Dios, obedeces, y vas llevando una vida de experiencia con Dios, y así tu fe se fortalece.

A lo largo de su vida, Job había sido una persona correcta. Analizaremos esto. Nos sorprenderemos cuán contrario era este hombre de lo que pensaban sus amigos. Dos personas en la tierra conocían la integridad: él mismo, y su esposa. Él, llegando al punto de reclamarle a Dios que ese castigo era injusto; ella, al punto de requerir que se muriera y así interrumpiera todo ese sufrimiento injusto.

De aquí en adelante entenderemos que Job estaba sufriendo por lo mismo que sufrió Abrahán al llevar a su hijo al sacrificio. Job sufrió porque era fiel a Dios, y eso resultó en la necesidad de comprobar, ante el universo, que Job era íntegro, no porque era favorecido de Dios, sino porque ese era su modo de vida.

Job fue acusado por los hombres. No fue acusado por Dios ni por satanás. Dios lo calificó como íntegro, recto, temeroso de Dios y apartado del mal. Satanás estuvo de acuerdo, pero explicando la razón: lo era porque Dios lo favorecía.

Los hombres debían conocer la reputación de Job. Al fin y al cabo, era un amigo de ellos, y seguramente se encontraban con alguna frecuencia. Entonces, los hombres debieron –al menos– haber tenido en cuenta la historia de Job, su currículum, para desconfiar de que este hombre no debía ser tan malo, a punto de salir de un estado de grandes bendiciones, para otro, de grande castigo.

Otra cosa que estos hombres debieron tener en cuenta era la fidelidad de Job hacia la verdad. ¿Era posible que un hombres se volviera tan mentiroso, a punto tal de que, como Job, no admitiera haber hecho algo malo, si lo hubiera hecho? Sí, porque cuando se comete un pecado, atrás llegan otros, y otros más. Supongamos que Job hubiera hecho algo terrible (no vamos a especular con alguna hipótesis). Llegados sus amigos más allegados, si no quería explicarlo todo, admitiendo el error, tendría que mentir. Y esa mentira se iba a tener que expandir en modo tal que no soportaría el peso de las evidencias. Entonces, un hombre íntegro como Job, tal como todos lo conocían, que hacía sacrificios por sus hijos y se interesaba por las personas, ¿podría volverse tan malo, a punto tal de ir de un extremo de la perfección humana, al otro extremo, de la degeneración humana, tal como lo pensaban?

Lo que vale aquí es lo que Dios dijo, quien calificó a Job en cuatro dimensiones de cualidades positivas y constructivas. Era un hombre superior a los demás, no había otro semejante a él en la tierra. Era íntegro (completamente fiel); era recto, o justo; era temeroso de Dios, o sea, obediente y, finalmente, se apartaba del mal, o procuraba evitar el pecado. Eso está registrado en Job 1:8. Y satanás estuvo de acuerdo con esta valoración divina.

En uno de los lamentos de Job, dijo que los buenos tiempos, habían sido como si hubiera lavado sus pies en leche. Hay un párrafo en el que Job manifiesta su nostalgia por las cosas de ese tiempo:” (Job 29:2-12).

Job extrañaba los tiempos en los que se sentaba en la plaza de la ciudad, y allí era escuchado con interés. Eso denota que Job era un hombre muy inteligente, cuyas opiniones eran bien recibidas. Las personas deseaban escuchar su sabiduría y las soluciones que emanaban de él. Sus palabras resolvían todos los temas.

En aquellos días el gobierno era así. Se debatía en las ciudades respectivas, que eran pequeñas. Cada ciudad tenía su líder, el rey, una figura antigua. Job parece que no había llegado a ser rey, pero era un hombre que daba su opinión en los debates sobre las cuestiones de su ciudad. La influencia de su sabiduría iba más allá de la ciudad de Uz, pues había admiradores suyos que provenían de lugares más lejanos (de los amigos, ninguno de ellos era de su propia ciudad, sino que llegaron de lejos). Era el tiempo de las así llamadas “ciudades-estado”. No había países, sino que cada ciudad, y sus alrededores, tenía su propio gobierno, del cual participaban los hombres más ancianos y los más reconocidos como sabios. Y en Uz, Job era reconocido como el más sabio de todos.

Claro, en esta convivencia, la sociedad es siempre malagradecida. Así sucedió con el caso de los diez leprosos que Jesús sanó. Sólo uno de ellos volvió para agradecer. En el caso de Job, de su ciudad, parece que nadie fue a condolerse con él. Sólo llegaron unas pocas personas de lejos. Algunos de la ciudad aparecieron luego para alegrarse después de retornar a la normalidad. Y eso siempre pasa. Cuando nos va bien y somos caritativos, tendemos a tener muchos amigos. Y cuando llega la hora de ayudar a quién nos ayudaba, ocurre como en el caso de Jesús: pidieron que fuera crucificado. Con Job no fue muy diferente de lo que ocurrió con Jesús, y con lo que hoy sucede. Con los profetas del pasado, que eran hombres y mujeres que transmitían la Palabra de Dios, ¿qué hicieron los reyes y sacerdotes? Los persiguieron. Y hoy, ¿qué hacen los miembros de la iglesia y muchos líderes (no todos) con aquellos hombres y mujeres que siguen, como Jesús, lo que está escrito? Simplemente los persiguen, los ignoran o los maltratan.

El pecado comienza en los pensamientos impuros. Lo que pensamos es tan importante como lo que hacemos. Lo que pasa por nuestra mente determina nuestras acciones. “Siembra un pensamiento, y cosecharás una acción; siembra una acción, y cosecharás un hábito; siembra un hábito, y cosecharás un carácter; siembre un carácter, y cosecharás un destino”. Hay una conexión entre los ojos y la mente. Jesús llegó a decir, figuradamente, por supuesto, que debíamos arrancar uno de nuestros ojos si éste nos llevaba a malos pensamientos, y a la perdición. Job trató a todos con el mismo principio. Para él, todos eran iguales, no había jerarquías, castas o niveles de importancia. Ya poseía en aquellos tiempos lo que hoy se denominan “derechos humanos”, o derecho de igualdad ante la ley, la Constitución declara que “todos son iguales ante la Ley”. En la práctica, es muy diferente, pero ese principio legar de nuestro país es también un principio divino. Job también conocía el derecho a la defensa, les había concedido ese derecho a otros, y ahora se valía de ese mismo derecho para defenderse de sus amigos, ante Dios.

En el transcurso del proceso, la condena basada únicamente en una prueba producida por el acusado también es nula, motivo por el cual el juez no puede condenar basado en una prueba producida sólo en el sumario policial. La amplia defensa corresponde al derecho de la parte de valerse de todos los medios posibles para lograr el derecho, ya sea a través de pruebas o de recursos”.

Nuestro Manual de Iglesia también defiende el diálogo, no la imposición, como línea maestra de la solución de desacuerdos en la iglesia. Deben resolverse los conflictos sin crear condiciones para que se expanda y genere animosidad, malos entendidos y chismes. Siempre tenemos que valernos del principio de Mateo 18:15-17, sea cual fuere la naturaleza de la ofensa. Conversa con la persona que te ha ofendido. No permitas que palabras airadas salgan de tus labios. Habla de modo de apelar al buen sentido. Este principio detrás de estas orientaciones es siempre el de brindar una nueva oportunidad a quien cometa errores, y tratar a las personas como desearíamos ser tratados.

El conocimiento de Job acerca de Dios, si bien no era tanto como el que hoy tenemos en nuestros días, era un conocimiento poderoso. Vivió en tiempos bien cercanos a la creación de siete días, y lo que sabía, lo había recibido por la tradición oral, llegado de mentes poderosas que lo habían recibido de los grandes y sabios antediluvianos, cuyo conocimiento pasó a través del fiel Noé y sus hijos. Job, como otros de su época, se habían tomado tiempo para debatir y profundizar sus conocimientos acerca de Dios, tal como lo hicieron durante los embates intelectuales en su agonía y dolor. ¿De qué otro tema se habló allí que no fueran los relacionados con Dios? En aquellos tiempos ya había gran conocimiento sobre el Creador. Hoy es diferente, tenemos mucho conocimiento, es cierto, pero prostituido con interpretaciones falsificadas intencionalmente generadas, conformando así un séquito de miles de sectas y denominaciones, una verdadera confusión babilónica generada para engañar a la gente. Ciertamente ellos, en sus días, convivieron con un conocimiento más puro, aunque se engañaron, como hemos visto.

Dios y satanás habían estado debatiendo, en dos ocasiones, sobre la integridad de un ser humano, en este minúsculo planeta. Y por las palabras de Dios, Él estaba valorando en gran medida el carácter de Job, su justicia y su actitud. O sea, un único hombre aquí en la tierra es importante para Dios.

Job dio gloria a Dios por sus obras. Al mismo tiempo, derrotó a satanás, con las mismas obras. Nosotros glorificamos a Dios, lo honramos, por el modo en el que vivimos, en la forma en cómo nos comportamos. Eso quiere decir que tenemos el mismo carácter de Dios, y que –por ello– somos hijos de Él, hechos a su imagen. Efesios 3:10

1.- La iglesia es responsable de difundir el concepto correcto acerca de Dios en el mundo.

2.- La sabiduría de Dios (el conocimiento de Él, más su inteligencia siempre usados para el bien) es multiforme, o sea, tiene muchas formas, aspectos o estados, se manifiesta de diferentes maneras. Esa es una sabiduría compleja, que no podemos comprender en su plenitud. Pero debemos hacer lo que esté a nuestro alcance para que esa clase de sabiduría se vuelva perceptible, y haremos eso llevando una vida práctica para que las personas entiendan el ser irreprensibles.

3.- Nuestros actos, nuestro estilo de vida, debe hacer conocida la sabiduría divina.

4.- ¿Conocida por quiénes? Por los seres inteligentes terrestres y celestiales, o sea, por todo el universo.

Nuestro gran problema, el de todos nosotros, es que nos apegarnos a lo que el mundo ofrece. Muchas veces, son cosas malas, y sin gracia, pero como son ofrecidas con el poder de “todo el mundo lo hace”, nos subimos a la cresta de la ola. Y pongo un ejemplo: el mal uso del teléfono celular. Como dicen, todo el mundo está conectado. En las iglesias, en la nuestra o en cualquier otra, las personas se mueven con sus celulares.

Job era tan correcto que se distanció de sus amigos para entender por ellos. Lo habían juzgado según el criterio de ellos, que eran falibles, y no según la santidad de ese hombre. Jamás podrían haber logrado alcanzar el nivel de sabiduría para entender siquiera lo que el propio Job estaba hablando en su beneficio, lo que ellos tradujeron como ofensa a Dios. Pero Job no niveló hacia abajo, se mantuvo confiado en Dios, sabiendo que aquellos hombres estaban engañados. Aun en los peores días de su vida, en cada una de esas jornadas, confió y se entregó a Dios, esperando alguna providencia divina. Sin percibirlo, allí mismo estaba siendo fortalecido por el poder divino, y venció su flaqueza humano, y a los ataques de satanás.

Dios te bendiga.

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