«Así, hermanos, estad firmes y retened la doctrina que habéis aprendido de nosotros, por palabra y por carta” 2 tes. 2:15.
Mientras estemos en la tierra enfrentaremos dificultades y cometeremos errores. Eso, por dos razones. En primer lugar, porque todavía somos pecadores. Aunque podamos estar en franco proceso de transformación, en la senda de la santificación, y estemos cada día más capacitados para la obediencia a Dios, solo seremos perfectos cuando seamos plenamente transformados, y eso solo ocurrirá en el día del regreso de Cristo. El segundo motivo es que, en este planeta, mientras no sea restaurado, mientras aquí Satanás y sus ángeles continúen intentando inducirnos al error, como pecadores que somos estaremos sujetos a ser engañados. Esa es la realidad. Por lo tanto, lo que debemos hacer es velar.
Las dificultades que tengamos que enfrentar lo haremos tanto a nivel personal como a nivel de iglesia. Como personas nos equivocamos y pecamos, y esos errores obviamente afectan a la iglesia. Y también cometeremos errores como organización, como en el caso de las decisiones que se toman en nombre de la iglesia, como las juntas locales, las asambleas administrativas, y también las decisiones ejecutivas, como la de los miembros que ocupan cargos, pastores, departamentales y presidentes. No existe la posibilidad de que tengamos una iglesia infalible, puesto que la gestión, en lo que tiene que ver con la faz humana, parte de un ser falible como somos los humanos. La iglesia sólo es perfecta en aquello que es llevado a cabo por los ángeles de Dios y por Cristo.
Esto nos lleva a una advertencia importante. Siempre debemos luchar, orar mucho y mantener una comunión con Dios, para que, yendo de transformación en transformación, seamos cada vez más semejantes a Jesús, y así permanecer firmes. Necesitamos velar para no estorbar la operación del Espíritu Santo en nuestra vida, manteniendo vicios de conducta que hace tiempo que sabemos que no son correctos, que no están aprobados por Dios. Y esto nos lleva a un llamado de atención: cuando descubramos que algo no es aceptable para Dios, eso significará que, inequívocamente, el Espíritu Santo nos ha dado esa información. Para ello, Él puede valerse de distintos medios, tales como lecturas, asistir a una predicación en vivo o grabada, y por muchas otras formas. Si no tomamos una actitud favorable a la operación del Espíritu Santo, nos estaremos apartando de Él y arriesgándonos a que, con el tiempo, ya no escuchemos más su voz, atrayendo sobre nosotros una clase de “operación del error”. Esa operación del error es el efecto del pecado contra el Espíritu Santo. Conduce al camino de no desarrollar interés por cambiar de vida, acomodándose a los viejos pecados y arriesgando la vida eterna. Y muchas veces, eso puede llevar a rebelarse contra la iglesia y combatirla.
La elección divina se da en reciprocidad a la elección humana. Todos los seres humanos desde el mismo principio hemos sido escogidos por Dios para ser salvos. Jesús murió por todos. La salvación es un don extendido a todos. (2 Tesalonicenses 2:13-17)
Sin embargo, el ofrecimiento de la salvación gratuita no es suficiente para que esa elección divina se complete y produzca los resultados deseados por Dios. El ser humano debe corresponder a través de una respuesta positiva. El ser humano también debe escoger a Dios.
No son pocas las personas que antes de su transformación eran malas, muchas de ellas peligrosas, ya sea por ser delincuentes o por ser farsante, tramposo. Luego de su encuentro con Cristo, se convirtieron en personas diametralmente opuestas a lo que antes eran, por la transformación. Aún más, la persona que, por ejemplo ahora es mala, puede tener la gran oportunidad de probarle al mundo, a través de su transformación concretada por Dios, que Él existe y que tiene poder. En el caso de que una persona socialmente aceptable, se entregue a Dios y obviamente sea transformada, la diferencia entre lo que era antes y lo que es ahora no es tan impactante, como sí lo puede ser el caso de un asesino o un traficante que es transformado. Considera entonces el poder que posee el testimonio de quien es evidentemente una mala persona, sobre el poder transformador divino. Aprovecha esa oportunidad, y prueba con tu vida transformada que Dios existe.
La verdad a la que Pablo se refirió estaba basada en las epístolas escritas y en las palabras pronunciadas por él, los apóstoles y por Jesús. En aquellos tiempos el Nuevo Testamento aún se estaba escribiendo. Los miembros de la iglesia, así como sus líderes aceptaban como guía segura los escritos del Antiguo Testamento, los textos ya escritos del Nuevo Testamento y lo que Jesús había dicho, junto a las palabras de los apóstoles. Estas dos últimas eran todavía una tradición, o sea, el resultado de la transmisión oral. Pero todas estas fuentes eran consideradas con igual credibilidad.
Hoy ya no podemos aceptar textos o declaraciones hechas en nuestro tiempo como de igual autoridad a las Escrituras. Lo que podemos y debemos hacer es, al escuchar o al leer, verificar si su fundamento es el correcto. Todo lo que llegue a nosotros que no sean las Escrituras, hay que cotejarlo si está de acuerdo con ellas. Los escritos de Elena G. de White son para nosotros, los adventistas, confiables, pero su estatus frente a la Biblia es que ellos las explican, no son un complemento ni podemos igualarlos con la biblia. Así como los cristianos de los tiempos apostólicos aceptaron las Escrituras y las palabras de los apóstoles y de Jesús, nosotros, del mismo modo, debemos aceptarla, ya sea por enseñanza o por ejemplo y testimonio de vida.
Nuestra vida cristiana debe ser de actividad productiva y constructiva. “La golondrina y la cigüeña obedecen los cambios de las estaciones. Migran de un país a otro para hallar un clima adecuado a su conveniencia y felicidad, según el Señor quiso que lo hicieran. Son obedientes a las leyes que gobiernan sus vidas. Pero los seres formados a la imagen de Dios no le honran obedeciendo a las de la naturaleza. Despreciando las leyes que gobiernan el organismo humano, se descalifican para servir a Dios. Él les manda advertencias por violar las leyes de la vida; pero el hábito es fuerte, y ellos no quieren escucharle. Sus días se llenan de dolor corporal e inquietud mental, porque están resueltos a seguir los malos hábitos y las malas prácticas. No quieren razonar de causa a efecto; sacrifican la salud, la paz y la felicidad a su ignorancia y egoísmo”.
(Proverbios 6:6-8). “Salomón señala la laboriosidad de la hormiga como un reproche para los que malgastan horas en la ociosidad y las prácticas que corrompen el alma y el cuerpo. La hormiga hace provisión para las estaciones futuras; pero muchos seres dotados de facultades de raciocinio no se preparan para la vida futura inmortal”. (Consejos para padres, maestros y alumnos, pp. 181, 182).
Aquellos que aman más el mundo que a Dios se consideran asistidos por la razón, apoyados por los medios y por las costumbres actuales, y tachan a todo lo que no esté conforme a lo que creen como anticuado. El mundo se ha vulgarizado en relación con las leyes, tanto la de Dios como la de los hombres, ¿Cómo encarar los casos de rebeldía dentro de la iglesia? Me estoy refiriendo a los casos de flagrante transgresión, que genera infamia al buen nombre de la iglesia.
Es en ese contexto que hoy debemos no sólo ser celosos del buen nombre de nuestra iglesia, que está identificada con el Salvador y su mayor promesa, sino también velar por la vida espiritual de los miembros para que no pierdan el rumbo de la senda a la vida eterna. Esa es una tarea difícil, actualmente combatida por el enemigo de la verdad y el amor. Jesús y Pablo dieron buenas instrucciones en este sentido. Jesús, en Mateo 18:15-17 dijo que en los casos de ofensas entre los hermanos (no todos los casos que requieren corrección son ofensas), aquél que se haya sentido ofendido debe dirigirse al hermano para hablar con él. Esto está en conformidad con otra instrucción dada por Jesús en Mateo 5:23,24. La reconciliación con el ofensor. Cuando el ofendido recuerde esto en el momento en el que está ofrendando, debe interrumpir su acto de ofrenda e ir hasta el ofensor e intentar arreglar todo. Este es el principio del camino más fácil, o sea, es más fácil que el ofendido tome la iniciativa de la reconciliación que el ofensor lo haga. Y esto es sabiduría de lo alto. Hay otro principio subyacente aquí: resolver la cuestión sin involucrar a otras personas, sin dar publicidad al acto. Si entre los dos hay arreglo, eso queda entre ellos, y no se habla más del asunto, al fin y al cabo, existió el perdón y la solución. Mejor aún, hubo un crecimiento espiritual pues otorgar el perdón involucra un acto divino, que no es propio de este mundo.
Pero si el ofensor no se muestra humilde y resiste la reconciliación, en ese caso el ofendido debe retornar con una o dos personas más, como testigos, y también como mediadoras. Contribuyen con su persuasión para lograr la paz, pero también sirven como testigos en caso de que la situación conflictiva permanezca abierta. Y si el caso no se resuelve sólo allí, hay que llevarlo ante la iglesia, o sea, la junta de la iglesia, que estudiará el caso en detalle, arbitrará diligencias, recabará más informaciones, etc., para evitar malentendidos. La comisión hará entonces una recomendación a la iglesia, quien dará la última palabra.
La lógica en este procedimiento es evitar que los problemas entre los hermanos lleguen a la junta administrativa, y de ser así, que se resuelvan con el menor trauma moral posible. Los problemas, si suceden, son como desafíos a nuestra santidad como pueblo de Dios, para que resolvamos sin publicidad ni difamación del nombre del ofensor y del nombre de la iglesia y del propio Dios. Cuando una persona insiste en llevar un caso precipitadamente ante la iglesia, está obrando con incompetencia espiritual, pues insiste en que muchos tomen conocimiento de algo sólo perjudica a la iglesia. Pero aún más es hablarlo fuera de la iglesia sobre algo que alguien ha hecho mal (esto es chisme y es algo demoníaco; el enemigo es quien tiene la mala costumbre de acusar). Debemos esparcir la fama de las cosas buenas; las malas debemos resolverlas cuanto antes sin chismes, como lo hacen los noticieros sensacionalistas en la televisión, que despiertan la atención de la mayoría de la gente. Sabemos, sin embargo, que hay casos en los que en la iglesia debe pronunciarse públicamente. Imagina que la iglesia se llame a silencio ante un caso de abuso sexual de parte de algún miembro, cuya situación no se haya hecho pública aún. En caso de que eso sea más adelante conocido por todos, la iglesia quedará en una posición de complicidad, como la que escondió hechos que no son aceptados socialmente. Debemos resolver todo sin perjudicar la imagen de Cristo aquí en la tierra, ni la imagen de la iglesia, pues eso apartará a buenas personas de llegar a la salvación. Lo mejor sería que nosotros, miembros del cuerpo de Cristo, no diésemos motivos para llegar a actos reconciliatorios, y que viviéramos siempre reconciliados y en armonía.