Confortadora realidad.
«Porque esperaba la ciudad con fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” Hebreos 11:10.
El laureado poeta chileno, Pablo Neruda, al recibir en 1971 en Estocolmo, Suecia, el codiciado premio Nobel de Literatura, se expresó así: “Solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres”.
Pero esa no es, ciertamente, la ciudad anunciada por los antiguos profetas, de la cual Dios es el arquitecto y constructor.
En esa ciudad, como en todas las demás fundadas sobre sistemas humanos, prevalecerán la corrupción, el odio, la injusticia y los otros males que caracterizan a la naturaleza humana.
Pero en la nueva ciudad que Dios está preparando, la incertidumbre y la angustia no existirán. “No dirá el morador: ‘Estoy enfermo’. Al pueblo que habite en ella le será perdonado su pecado” (Isaías 33:24). “Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y oirán los oídos de los sordos. Entonces el lisiado saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mundo. Agua brotará en el desierto, y torrentes en el secadal” (Isaías 35:5, 6).
¡Qué notable es el contraste entre la vida presente con sus tragedias, pesares y quebrantos, y este nuevo orden social prometido en las Escrituras!
El hombre edifica con entusiasmo y emoción una mansión en la cual vivir muchos años. La vida se le presenta risueña. Pero un día el diagnóstico de un médico lo hace estremecer. La presencia perversa de un cáncer le anuncia una muerte indeseada. Y la tragedia se abate implacable, destruyendo los planes de la vida. “Destino cruel”, comentan los amigos; después un extraño se muda a aquella mansión, disfrutando los frutos del trabajo de alguien que murió prematuramente.
¡Qué diferentes serán las condiciones en el paraíso restaurado por Dios! En él los redimidos “edificarán casas, y habitarán en ellas; plantarán viñas, y comerán su fruto” (Isaías 65:21). Esto sobrepasa los límites de la comprensión humana; pero constituye una confortadora realidad.
“Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la que está por venir” (Hebreos 13:14). “Pero nuestra ciudadanía está en el cielo, de donde esperamos ansiosamente al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). “Así, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos con los santos, miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19).