Humillante, voluntaria y sustitutiva.
“Al que no tenía pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros llegásemos a ser justicia de Dios en él” 2 Corintios 5:21.
La muerte de Cristo se menciona 175 veces en el Nuevo Testamento. Todas las grandes doctrinas del evangelio gravitan en torno de este grande y memorable evento. Gloriarse en la cruz significa gloriarse en aquella gracia que nos reconcilia con Dios. “Y reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo mediante la cruz, matando en ella la enemistad” (Efesios 2:16). Por eso reflexionamos con un sentimiento reverente sobre la muerte vicaria de Cristo y su significado para el mundo.
Primeramente, subrayamos, fue una muerte humillante. Los ladrones y esclavos romanos eran azotados y después crucificados.
Cristo, el Santo de Dios, fue expuesto a esa muerte vergonzosa.
Jesús fue azotado públicamente y sometido al oprobio. Fue el amor por los pecadores lo que lo llevó a despreciar las afrentas y soportar la infamia de la cruz. “Fijos los ojos en Jesús, autos y perfeccionador de la fe, quien en vista del gozo que le esperaba, sufrió la cruz, menospreció la vergüenza, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2).
Pero la muerte de Cristo fue también voluntaria. Él fue “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8). El mismo Salvador afirmó: “Por eso me ama el Padre, porque yo doy mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo la doy de mí mismo. Tengo poder para darla, y poder para volverla a tomar. Este mandato recibí de mi Padre” (Juan 10:17, 18).
Su muerte fue la de un mártir. Sin embargo, debemos notar que muchas veces el mártir muere luchando para evitar el martirio. Jesús, sin embargo, murió voluntariamente con el fin de salvar a la raza humana.
Pero, sobre todo, la muerte de Cristo fue de naturaleza sustitutiva. Murió para libertarnos de la culpa del pecado, pues, de lo contrario, nos sería imposible reconciliarnos con Dios. El apóstol escribió: “Al que no tenía pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros llegásemos a ser justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
Pero para que esta obra sustitutiva de Cristo tenga valor para nosotros, es necesario que aceptemos su perdón y, tomados de la mano de Dios, comencemos a recorrer el camino de la santificación, teniendo el interior purificado por su sangre.
Aceptando esta muerte sustitutiva, inauguremos este día cantando con alegría el antiguo himno, cuyas estrofas evocan la conmovedora tragedia del Calvario:
“¡Oh! Yo siempre amaré a esa cruz, en sus triunfos mi gloria será; y algún día en vez de una cruz, mi corona Jesús me dará” (Himnario Adventista, Número 96).