Manso y humilde

 

Manso y humilde.

“Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas” Mateo 11:29.

“Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra” (Mateo 5:5).

Para comenzar con esta reflexión debemos entender primero lo que significa la palabra “mansedumbre”. ¿Qué conlleva o qué quiere decir ser “manso”?

El nuevo testamento fue escrito en griego. El griego es un idioma que me gusta mucho, ya que a través de ciertas palabras que en español pueden escribirse igual, en griego son distintas palabras que llevan un distinto significado y dan un contexto más claro al verso en cuestión.

Hay dos palabras en griego que recuerdo que son “adelphos mou”, que significa, “mi hermano”. Ahora cuando vayas a la iglesia los sábados por la mañana puedes estrechar la mano de alguien y decirle: “Feliz sábado, adelphos mou”.

Todos los ejemplares del Nuevo Testamento, tanto si están en inglés, en español, en francés o en cualquier otro idioma, son una traducción del griego que se hablaba en tiempos de Cristo. Es el koiné o griego común. La palabra griega koiné para “manso” significa amable, humilde, considerado, cortés.

En griego clásico, el que se hablaba incluso antes que el griego koiné, el término “manso” se usaba de tres maneras distintas. Lo usaban, en particular, los médicos, los marineros y los granjeros. Los médicos empleaban la palabra “manso” para describir los medicamentos relajantes que aliviaban el dolor. Cuando los marineros se referían a una fresca y suave brisa que refresca al marino acalorado, se referían a ella como una brisa mansa. Finalmente, los agricultores decían que el asno que había sido domesticado y estaba listo para colaborar en las labores de la granja era un asno manso.

El abuso de un medicamento puede arruinar una vida. Usado sin control, el medicamento puede matar en lugar de curar. Los que habitan en el trópico, en particular a lo largo de la costa sur de los Estados Unidos y en Centroamérica, saben que un huracán puede causar estragos. En una granja, la bestia de labranza o de tiro que nunca ha sido adiestrada resulta inútil. Cuando nos apercibimos de los peligros que esconden los medicamentos, los vientos o una bestia sin adiestrar entendemos el sentido de la palabra “mansedumbre” en griego clásico: fuerza controlada.

Cuando tú te entregas a Cristo tu cuerpo pasa a ser el cuerpo de Cristo. “Con Cristo estoy crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: Y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó, y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).

“¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, que tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19).

Debes cuidar ese cuerpo que no te pertenece ya que es el templo del Espíritu Santo. Debes evitar usar drogas, alcohol, cigarro… todo aquello que te hace mal.

¿A qué voy con todo esto? ¿Qué tiene que ver todo esto con la mansedumbre?

Déjame hacerte una ilustración. La ciencia dice que el café altera los nervios por su alto contenido de cafeína. Entonces un buen anciano de iglesia un día le enseñó la Biblia a uno de sus amigos y comenzó a instruirlo en todas las verdades bíblicas y le enseñó que debía cuidar su cuerpo. Este anciano le dijo: “Mira, si tú amas a Jesús no debes tomar café porque el café destruye los nervios. El que toma café vive nervioso y el cristiano tiene que ser manso, el cristiano no puede estar nervioso, es por eso que tú no puedes tomar café. ¿Prometes que no vas a tomar café?” Y su amigo que estaba conociendo la palabra de Dios, confundido pero convencido en ese momento de lo que el anciano de iglesia le decía respondió: “Está bien, yo prometo”. Poco tiempo después su amigo se bautizó.

Aproximadamente un año después de su bautismo el anciano de iglesia va a visitarlo a su casa un día. Era de mañana, justo la hora del desayuno, y cuando entra a su casa lo encuentra tomando café. El anciano se enfureció muchísimo, a tal grado que comenzó a gritonearle a su amigo diciendo: “¿¡Pero no te he dicho!? ¿¡No te he enseñado que el café pone nervioso!?” Mientras su amigo lo mira con una paz en su corazón y le dice: “Calma. Yo soy el que toma café y tú eres el que te pones nervioso”.

No quiero decir con esto: “Tomen café, no pasa nada”. No. Lo que te estoy diciendo es: “¿De qué te sirve que no tomes café si tu carácter nunca cambió?” ¿De qué te sirve que conozcas la doctrina, que conozcas la profecía, que conozcas todo, pero tu carácter no cambió?

Jesús te dice: “Ven a mí, yo te voy a poner el yugo y tú vas a aprender de mí; a ser manso y humilde de corazón. Pero tienes que venir a mí”. El yugo es un instrumento de servicio. Se enyuga a los bueyes para el trabajo, y el yugo es esencial para que puedan trabajar eficazmente. Ese es el llamado de Cristo. Debemos servir, pero no podemos querer servir a los demás si no aprendemos de nuestro maestro.

No debes pensar que solo por ir a la iglesia o por estar en la iglesia ya viniste a Jesús. Pero si vas en Jesús, vas a estar en su iglesia. Ve a Jesús, no vayas al pastor, no sigas a hombres. “Así dice el Señor: ‘Maldito el que confía en el hombre, el que se apoya en la carne, y su corazón se aparta del Señor’” (Jeremías 17:5).

Nuestro Señor Jesús dijo que era manso y humilde de corazón y que en él hallaríamos descanso para el alma. “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Él nos ayudará a controlar nuestra fuerza. ¿Te imaginas cómo serían los hogares si tan solo los hijos se mostraran con mansedumbre? Si queremos enseñar a nuestros hijos y a las personas que nos rodean a ser como Jesús, tenemos que reflejar primeramente nosotros su carácter; es decir, nosotros también debemos ser mansos y humildes. Una persona humilde no piensa en sí misma, sino en los demás.

Que en nuestras oraciones siempre esté presente esta petición: “Señor, ayúdame a caminar cada día tomado de tu mano, a poder reflejar tu carácter a otros. Ayúdame a ser manso y humilde”.

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