Nada es demasiado difícil para Dios.
“Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: “Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado” Mateo 9:22.
He oído que algunas personas han hablado de la fe como si se tratase de una excavadora capaz de empujar a Dios. Una vez escuché a un famoso curandero que decía: “Si se tiene fe, se le puede decir a Dios qué tiene que hacer”.
En la otra cara de la moneda, ¿cuántas veces habremos oído decir: “Oramos y no sucedió nada; será que no teníamos suficiente fe”? ¿Es posible que unos tengan tanta fe y otros tan poca?
Luego leemos las palabras de Jesús: “De cierto os digo que, si tenéis fe y no dudáis, … si a este monte le decís: ‘¡Quítate y arrójate al mar!’, será hecho” (Mateo 21:21). ¿Cómo podríamos tener ese nivel de fe?
Hay una historia en la Biblia que nos ayuda a entender el verdadero significado de la fe. Cuenta esta historia acerca de una mujer que durante doce largos años sufrió hemorragias. Ella había ido a todos los médicos que había podido encontrar y ninguno había sido capaz de ayudarla. De hecho, gastó todo su dinero tratando de encontrar una solución.
Un día oyó que Jesús estaba en su pueblo, sanando a los enfermos, y se convenció de que él podía ayudarla. Cuando llegó a donde estaba el Maestro se percató de que había tanta gente alrededor del Señor que no podía acercarse. En ese momento pudo darse por vencida y pensar que sería imposible acudir a los pies del Maestro y suplicar que le sanara, sin embargo, su fe en Jesús fue tan grande que pensó que, para sanarse, bastaría solamente con tocar el borde de su manto. ¡El borde! Ni siquiera gran parte del manto, o alguna otra prenda que llevara Jesús; simplemente el borde de su manto. Seguramente se trataba de una persona tímida porque no quería que nadie supiese lo que iba a hacer.
Así que se acercó, tocó el manto de Jesús y, al instante, quedó curada. Estaba a punto de escabullirse para irse entre la multitud y dejar tranquilo al Maestro cuando Jesús preguntó quién lo había tocado. Nerviosa, se adelantó y le contó todo lo que le había sucedido. Jesús entonces le dijo: “Tu fe te ha sanado” (Marcos 5:34). Pero la fe no la había sanado, sino Jesús. Entonces, ¿qué quiso decir cuando dijo que su fe la había sanado? Quería decir que su fe en él trajo su curación. Si hubiera tenido fe en una pata de conejo o un amuleto de la suerte, o inclusive si hubiera tenido más fe en la prenda de Jesús que en el poder que de él emanaba, no habría sido sanada.
La fe es creer que no hay límites para lo que Dios puede hacer en tu vida.
Tal vez estés pasando por momentos difíciles en tu vida. Tal vez tu senda sea tan oscura que no puedas encontrar la salida a tu aflicción, pero hoy el Espíritu Santo te llama y está dispuesto a mostrarte el camino si le dejas actuar. Basta con confiar como esta mujer confió en el poder sanador y restaurador de Jesús.
El 27 de noviembre de 1983, el vuelo 11, que cubría la línea París-Madrid-Bogotá, se estrelló en los montes próximos al aeropuerto de la capital española. Uno de los primeros puntos en que fijan su atención los investigadores del accidente es la localización de las “cajas negras”; las cuales, por cierto, no son negras, sino de un color amarillo o naranja chillón para facilitar su identificación. Cuando las encontraron y pudieron reproducir las grabaciones en ellas contenidas, los investigadores hicieron un descubrimiento escalofriante. La cinta reveló que durante los minutos que precedieron al impacto, una voz sintética procedente del sistema de alarma automático del avión avisó repetidamente, en inglés, a la tripulación: “Arriba, arriba”.
El piloto debió pensar que el sistema estaba averiado. La caja grabó su voz diciendo: “¡Cállate, gringo!”. Luego, según parece, desconectó el sistema. Minutos más tarde, el avión se estrellaba contra la ladera de una montaña y 181 de los 190 ocupantes murieron. Es una historia trágica, aunque una perfecta parábola para ejemplificar la manera en que muchas personas reaccionan ante los mensajes de advertencia que les envía su respectiva conciencia. Porque el Espíritu Santo nos habla a través de la conciencia.
Jesús prometió que después de regresar al cielo enviaría al Espíritu Santo. “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). ¿Cómo convence de pecado el Espíritu Santo? Por medio de la conciencia.
El Espíritu Santo habla a nuestra conciencia advirtiéndonos que pecamos. Pero a muchos no les gusta sentirse culpables. No les gusta que les digan qué pueden o no pueden hacer. Tampoco les gusta que se los haga sentir culpables. Por tanto, sencillamente, hacen lo que hizo el piloto de Avianca: dejan de escuchar las advertencias.
El piloto pensó que él tenía razón y que el sistema de alarma estaba averiado. La voz del sistema de alarma se había diseñado para señalar su error y, así, poder corregirlo. Esa es exactamente la función del Espíritu Santo. Sin embargo, el piloto no quería que lo corrigieran. Estaba convencido de que sabía cómo pilotar el avión. No había nadie que le dijera que iba de cabeza a la catástrofe. Dios nos dio la conciencia para convencernos de nuestros pecados.
Asegúrate de que tu conciencia está funcionando y está alerta, para que puedas escuchar la voz del Espíritu Santo.
No intentes ser tú quien hable por él, o decirle a Dios lo que tiene que hacer. No tengas temor de los planes que Dios muestre para tu vida.
Ha llegado el momento de parar en la vida para ver en qué dirección estás yendo. No sabes si el camino que tomaste es un camino que te está llevando a la muerte. Estás muriendo lentamente cada día y estás buscando en el lugar equivocado la felicidad; estás mendigando un poco de felicidad cuando Cristo puede darte aquello que estás buscando.
El mayor error que puedes cometer en la vida es huir de Dios en lugar de correr a sus brazos.
“Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada” (Mateo 12:31).
En su palabra Jesús dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados…” (Mateo 11:28). Es lo que Jesús te dice hoy: Ven a mí con tu vida destruida, ven a mí con tus conflictos, ven a mí con tus problemas de vicio cualesquiera que sean, ven a mí con tus problemas, pero tienes que venir. Así como el padre no fue al hijo pródigo, sino que el hijo pródigo volvió al padre, porque el padre sabía que, aunque él fuera por su hijo, si en el corazón de su hijo no estaba el deseo de volver a casa hubiera sido todo en vano. Los brazos de Jesús se abren y está dispuesto siempre a recibirte porque quiere cambiar y transformar tu vida.
No intentes huir de Dios y ser feliz. No creas que anestesiando tu corazón con las cosas y placeres de este mundo vas a ser feliz. La vida encuentra sentido solamente cuando tu corazón descansa en los brazos de Dios. Hoy tu vida sin sentido puede tener sentido. Hoy Dios puede recoger tu vida hecha pedazos y transformarla. Tan solo tienes que creer y venir a él. Tienes que venir a él. Tienes que venir a sus pies y solo tienes que clamar: “Señor, transfórmame, dame un nuevo corazón, dame una vida nueva”, y allí ocurrirá el mayor milagro en tu vida, y el mayor milagro que Dios puede hacer en ti es tomar tu vida de fracasos, tu vida hecha pedazos, lavarla con su sangre, transformarte por su Espíritu y convertirte en un ciudadano del reino de los cielos.
Solo confía plenamente en su poder, porque nada es demasiado difícil para Dios.
Muy buena reflexion me gustaria que me la enviaran a mi whatsa si eso es posible este es mi#
04168878296 (codigo de area 58)saludo Mi Dios le bendiga grandemente