También necesitamos a Dios cuando todo va bien.

 

También necesitamos a Dios cuando todo va bien.

“Echad toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.” (1 Pedro 5:7)

Al atardecer, después de un día agitado y cansado, cuando Jesús terminó de enseñar a la orilla del mar, dentro de una barca, solicitó a sus discípulos cruzar a la otra orilla. Despidieron entonces a toda la gente que asistió a escuchar al maestro, y partieron al otro lado.

Durante su travesía, los azotó una fuerte tormenta. No cabe duda que Jesús pudo haber evitado esta tormenta para que sus discípulos tuvieran un viaje placentero y no tuvieran nada de qué preocuparse, pero era necesario que esto ocurriera para que aprendieran una lección de confianza. En el momento que la tormenta los azotó lo comprendían, pero esa tormenta era para su propio bien. Jesús tenía intenciones de enseñarles con esto, que sus seguidores no se librarán de las tormentas del camino. Solamente cuando lleguemos al cielo disfrutaremos de una calma eterna y placentera, sin embargo, en nuestro andar por esta tierra pasaremos por momentos donde estaremos completamente sumidos en la agitación y el caos.

Después de haber predicado durante varios días a una gran multitud, Jesús estaba sumamente cansado. Tan solo imagina la energía que el maestro necesitaba para predicar de tal manera que alrededor de cinco mil personas pudieran escucharle. Además, en lugar de dejar que descansara, la gente se amontonaba a su alrededor pidiendo y suplicando que sanara sus enfermedades.

Al abordar esa frágil embarcación de pesca, Jesús por fin pudo encontrar un lugar tranquilo, donde finalmente recostó su cabeza y quedó dormido.

Mientras Jesús dormía y el tiempo era tranquilo, imagino que la confianza de los discípulos radicaba en ellos mismos. No veían que viajaba con ellos el Salvador del mundo, el Mesías, quien tenía potestad en toda su creación. No tenían nada que temer. Aparentemente todo marchaba bien y no necesitaban de nada ni nadie más, porque ellos tenían todo bajo control. Sin embargo, cuando la tormenta les azotó en medio de las aguas, fue tanto su miedo por ver tanto caos a su alrededor que sentían que iban a morir.

En su angustia, corrieron a Jesús, le despertaron y le dijeron: “¡Maestro! ¿No tienes cuidado que perecemos?” Su duda era una: ¿cómo puedes seguir durmiendo siendo que estamos a punto de morir ahogados?

Jesús dormía, no como Jonás, dormido en medio de una tempestad porque se escondía de Dios, sino con un sueño santo y sereno, donde todo su ser estaba dependiente de Dios, su Padre. Al dormir, Jesús mostraba que verdaderamente era un hombre como todos, y que también padecía las mismas flaquezas del cuerpo humano. Todo el esfuerzo que había hecho al predicar lo había agotado y estaba somnoliento. No tenía nada que temer, pues su confiaba en que su Padre celestial estaba con él. Aún en el momento más sereno que encontró para poder reposar, estaba puesta toda su confianza en la protección que su padre le brindaría en cualquier situación que pudieran afrontar. ¡Qué gran ejemplo! Con esto, Jesús demostraba que, si logramos confiar en Dios en los mejores momentos, aprenderemos a confiar en Dios hasta en la peor situación que podamos vivir.

Ningún sentimiento de culpa ni temor podía turbar el reposo de Jesús. Una frase célebre muy conocida por muchos dice: “La buena conciencia sirve de almohada”. Jesús pudo dormir completamente relajado, incluso en medio de la tempestad, porque confiaba en su Padre.

Cuando verdaderamente confiemos en Jesús podremos dejar caer todo nuestro peso en los brazos del Señor.

En el primer libro de Pedro se nos hace una invitación, y debemos recordarla en todo momento: “Echad toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7).

Maravillosa promesa, ¿no es así? Tenemos a nuestro lado al Dios Todopoderoso, quien calma la tempestad tal solo con decir: “¡Calla! ¡Enmudece!”, y entonces, como los discípulos en ese momento, podemos reconocer el poder que Dios tiene para darnos paz en cualquier situación.

Que tu petición día con día sea que Dios te llene de su Espíritu, y que a través de él pueda fortalecer tu fe y tu confianza, para que incluso en los mejores momentos, en tu mente y en tu corazón siempre reine ese sentimiento de total dependencia de él, y en él.

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