Caminar sin Cristo

 

Caminar sin Cristo.

“Pero el hombre natural no percibe las cosas del Espíritu de Dios, porque le son necedad; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” 1 Corintios 2:14.

La Biblia divide a la humanidad en tres grandes grupos. Esta clasificación no se basa en el origen étnico, en el índice de escolaridad o en la posición económica. El libro de Dios toma como criterio la condición espiritual del corazón. En 1 Corintios 2:14 a 3:4, Pablo define claramente las tres grandes divisiones.

  1. El hombre natural no acepta las cosas de Dios porque le resultan desagradables y ridículas. No las entiende (2:14), porque ellas sólo pueden ser discernidas espiritualmente. Es gobernado por su naturaleza inferior. Su preocupación constante es la gratificación de un corazón no regenerado. Para él, la maravillosa revelación del amor de Dios constituye una simple ficción. Se muestra incapaz de entender la diferencia entre la sabiduría de este mundo y la verdad espiritual.
  2. El hombre carnal es el cristiano dominado por las pasiones de la carne. Conoce a Dios, pero se rehúsa a someterse a su soberanía y poder. Se ofende por pequeñas cosas. Se exacerba fácilmente cuando es provocado. Fueron los creyentes carnales quienes suscitaron los grandes problemas que agitaron la iglesia en los días apostólicos.

Pablo dedicó gran parte de su ministerio esforzándose por neutralizar las crisis creadas por ellos. A pesar de ser contados entre los santos, se preocupaban más por las cosas materiales que por las espirituales.

  1. El apóstol presenta la tercera división de la humanidad: el hombre espiritual. Pero, ¿quién es ese hombre? Es el creyente controlado por el Espíritu Santo. Experimentó el nuevo nacimiento, y evidencia en su vida los frutos del Espíritu. Cristo Jesús reina supremo en su vida. Para él, Jesús es más que un dogma. Es un Salvador compasivo que lo guía en las encrucijadas de la vida, guardándole de tropezar.

Como hombre espiritual, Pablo escribió: “Con Cristo estoy crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó, y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).

El relato sagrado nos dice que José y María, absortos en la conversación cordial y alegre con los amigos que con ellos regresaban a Galilea, no percibieron la ausencia de Jesús, hasta que llegó la noche. Sólo entonces sintieron la falta del bienamado Hijo. Sombríos presagios les llenaron el corazón. El recuerdo siniestro de cómo Herodes había maquinado para quitarle la vida, los perturbó intensamente.

Todo había marchado normalmente durante el día. Llegó, sin embargo, la noche y con ella echaron de menos a Jesús. ¡Qué melancólica es la condición de una persona que llega al fin de la jornada de un día sin la compañía divina! ¡Qué fatal es el engaño de que el hombre puede prescindir de Dios!

Cuando Rudyard Kipling (1865 – 1936), el gran genio de la literatura universal, visitó los Estados Unidos por última vez, fue acometido por una seria enfermedad. Mientras ardía de fiebre, recibió la visita de un médico. Era medianoche. Después de medicarlo, el médico le recomendó reposo absoluto. Pero a medida que las horas corrían, en su delirio, el paciente murmuraba: “Yo necesito”. La enfermera no se atrevía a interrogarlo en cuanto a cuál era su necesidad, perturbándolo en su reposo. Pero ya que él insistía en repetir las palabras “Yo necesito”, ella se aventuró a preguntarle en un susurro: “¿Qué es lo que necesita?” La respuesta llegó inmediatamente y sin titubeos: “Yo necesito a Dios”.

¡Cuánto necesitamos de Dios, especialmente cuando nos sentimos en el “valle de sombra de muerte”, o cuando la sombra de la noche de las aflicciones nos circunda el corazón!

Muchos llegan al fin del día de prosperidad y súbitamente descubren que todos sus bienes materiales no existen más. En medio de las tinieblas de la noche, buscan angustiados una mano amiga que los socorra. Muchos descienden al valle tenebroso de la aflicción para decir adiós a un ser amado que parte arrebatado por la muerte, y jamás encuentran consuelo porque perdieron la compañía de Jesús.

Busca a Dios mientras puede ser hallado. No es mañana el día; es hoy. El mundo te dice: “¡Disfruta, pásalo bien!”, pero Dios no te dice eso. Ese es el gran problema de la iglesia moderna: que queremos que la gente sea feliz en vez de santa. No. El foco de la iglesia es que la gente sea santa y no feliz. “¿Cómo? ¿No queremos que la gente sea feliz?” Del modo del mundo no. Cuando vivan en santidad serán felices del modo de Dios. No es una cosa o la otra, no es santidad o felicidad; felicidad al modo del mundo, que es: viajes, dinero, lujos… no es felicidad, es vanidad. Salomón, cuando tuvo fortuna y gastó todo dijo: “Vanidad de vanidades, dijo el Predicador. Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Eclesiastés 1:2). Me he dado a estudiar; no vale, me he dado a la fiesta; no vale, he comprado cosas; no vale, he tenido riquezas, no vale. Y, ¿qué dice Salomón al final? El hombre que probó con riquezas, con alcohol, con mujeres, con conocimiento dijo: “El fin de todo el discurso, es éste: Venera a Dios y guarda sus Mandamientos, porque éste es todo el deber del hombre” (Eclesiastés 12:13). Si te enfocas a la felicidad según el mundo renunciarás a la santidad. Si tú buscas felicidad según el mundo vas a dejar de lado tu relación con Dios. Pero, si en vez de felicidad según el mundo empiezas a buscar santidad, encontrarás la santidad en Dios y encontrarás la verdadera felicidad de Dios. Pero para eso tienes que vivir sabiendo dónde estás: estás en los últimos tiempos. Estamos en los últimos tiempos, y esto es algo que no me canso de decir: “¡Jesús está volviendo!”. Vírgenes había sensatas, prudentes, pero también había insensatas. Analiza tu vida, no vaya a ser que te hayan estado hablando y te están diciendo: “¡Llena tu lámpara de aceite!”. Cuando venga el novio no se podrá ir a comprar más. El día es hoy.

Nada se nos figura más insensato que esperar la tenebrosa noche de la prueba para entonces buscar al Salvador. Ese fue el problema de José y María. Descubrieron la ausencia de Jesús sólo cuando el manto de la noche descendió sobre ellos.

El hombre natural no conoce a Dios; el hombre carnal lo relega a un segundo plano; pero el hombre espiritual disfruta una vivencia diaria con él y comparte con otros los atractivos de su amor.

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