Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. (Hechos 3: 1,2)
Cierto pastor contaba su experiencia y decía que el miembro más fiel de su iglesia era una anciana completamente sorda. Ella era la primera en llegar a los servicios y era la que siempre se sentaba lo más adelante posible en el templo. Cierto día el pastor le escribió en un papel, y le preguntó cuál era la razón de su fidelidad, si no podía escuchar absolutamente nada. Es verdad -dijo ella- que no puedo escuchar absolutamente nada, pero vengo a la casa de Dios porque me encanta hacerlo, y porque seré encontrada en su camino. Cuando la gente me señala en la Biblia el texto de la predicación, Dios pone en mi mente los más bellos pensamientos; además estoy en compañía de los santos y en la presencia de Dios. No me conformo con servir a Dios privadamente; es mi obligación y mi privilegio, dar honor a Dios, regularmente, constantemente y en público.
El Espíritu de Profecía nos relata que este hombre había deseado por mucho tiempo ver a Jesús para ser sanado; aparentemente vivía demasiado lejos del campo de trabajo de Cristo, por lo que se le hacía muy difícil llegar hasta Jerusalén. Con el tiempo logró llegar, y cuando llegó preguntando por Jesús de Nazareth, le dieron la triste noticia de que el Médico que andaba buscando había sido muerto de una manera muy cruel y que ya no estaba más en medio del pueblo. De esa manera fue que por piedad le permitieron pedir limosna en una de las entradas del templo, llamada la Hermosa.
En el libro de Levítico encontramos una de las leyes aparentemente más extrañas en la Biblia: 21:16-21
¿Se imagina usted qué ocurriría si esta ley se pusiera en vigencia en nuestros días? Miles de pastores que son chaparritos, o que usan lentes, o tienen dientes postizos, o tienen algún defecto y posiblemente todos los pastores feos, quedarían descalificados inmediatamente para sus trabajos. ¡Quizás nos quedaríamos sin pastores!
Partiendo de este texto cabe la posibilidad de que hubiera alguna ley judía que no permitiera a una persona lisiada entrar al templo. De todas maneras encontramos a nuestro cojo en las afueras del templo, entonando su monótona canción, pidiendo una moneda para el alimento diario.
Juan y Pedro estaban caminando hacia el templo para orar. Ellos dos tenían caracteres diferentes: uno era meloso y el otro era agresivo, uno era pacífico y el otro era violento, uno era introvertido y el otro extrovertido… pero aquí los encontramos a los dos, en comunión voluntaria entrando al templo para orar. Suele suceder en la vida que siempre se unen dos que tienen personalidades y caracteres totalmente diferentes. Esta clase de parejas disparejas, las encontramos en los círculos de amistad, en el deporte, en la religión, en la política y también en el matrimonio.
La Biblia no dice cuánto tiempo este hombre había pasado a la entrada del templo pidiendo limosna, pero posiblemente no era mucho tiempo, ya que esta historia la encontramos en los linderos del día de Pentecostés. Posiblemente pocos meses nada más, porque este pobre hombre había llegado tarde a Jerusalén, en busca de Jesús, el Médico Mesías.
Pero, cuando DIOS controla nuestra vida, a cada quien le llega su oportunidad; a él le llegó su oportunidad a la entrada del templo llamada la Hermosa; la mujer samaritana tuvo su oportunidad a la orilla del pozo; Mateo tuvo su oportunidad sentado a la mesa; el etíope tuvo su oportunidad en el desierto; el malhechor tuvo su oportunidad pendiendo de una cruz; Pablo tuvo su oportunidad sentado en su caballo rumbo a Damasco… dichosos aquellos que no desperdician las oportunidades que el Cielo les regala.
El templo de Jerusalén tenía diez entradas, todas ellas hermosas y costosas, pero había una que sobresalía respecto a las demás y era llamada la puerta Hermosa. Los hermanos judíos nunca han sido mezquinos al construir sus templos; aún en los días actuales, ellos gastan grandes fortunas al erigir las casas que dedican al culto de Dios. La casa de Dios tiene que ser el edificio más bello de la ciudad o de la comunidad. Si la iglesia es pobre, Dios acepta el humilde lugar que se le dedique para adorarlo. Pero si los miembros de la iglesia son ricos, la casa del Señor tiene que ser extremadamente bella y tiene que estar en armonía con las bendiciones que Dios ha impartido a su pueblo. (Hechos 3:3-7)
Los discípulos no tenían plata ni oro para dar, pero tenían algo mejor que dar: era salud, y salud era lo que en verdad este hombre andaba buscando. Salud sin dinero es muchísimo mejor que dinero sin salud; aún más, la salud confiere la habilidad para trabajar y conseguir dinero.
El evangelio en verdad no sólo está hecho para suplir las necesidades inmediatas de los humanos, sino que está diseñado para que el hombre prospere por sí mismo. Podemos dar un pedazo de pan para aliviar el hambre, pero es más sublime cuando proveemos la manera para que el hombre pueda valerse por sí mismo y sea capaz de conseguir su sustento diario.
El evangelio no está diseñado para incrementar las riquezas de una nación, sino que está diseñado para fundar la base espiritual de un pueblo. Cuando el pueblo siente la nueva sangre palpitando en cada miembro de su ser, entonces el pueblo despierta del letargo y marcha sin miedo a nuevas empresas, a nuevos descubrimientos y adelantos que agrandan, enriquecen y ennoblecen una nación.
De acuerdo con el historiador Josefo, había nueve entradas al templo que estaban decoradas y adornadas con oro y plata, pero había una décima entrada que estaba decorada con bronce de Corinto y ésta excedía en belleza y hermosura al resto de las entradas.
Esta puerta estaba en la parte este del templo y era llamada la entrada de Corinto, por el material del cual estaba hecha; también se la llamaba la puerta de Nicanor, y hay muchos que creen que esta era la famosa puerta de la Hermosa.
Un milagro notable había ocurrido a la entrada del templo La Hermosa: un hombre de aproximadamente 40 años de edad había sido sanado de parálisis, también un notable sermón había sido predicado a la multitud congregada.
La ofensa de los apóstoles que provocó su arresto no fue el milagro de la sanación, tampoco el hecho de que eran cristianos; el delito de ellos consistió en haber predicado que Jesús había resucitado de los muertos.
Era la predicación de un suceso sobrenatural, lo que molestaba a los saduceos y no en sí la siembra de la semilla del evangelio. Suele ocurrir que los hombres se oponen a ciertas enseñanzas porque éstas denuncian su manera de vivir.
En los tiempos que vivimos actualmente, también hay saduceos. La ciencia natural ha llamado la atención a los estudiosos de nuestros tiempos; ellos fácilmente pueden aceptar el poder del hipnotismo en la mente del hombre, pero no pueden aceptar el toque sanador de Jesús en el hombre.
Ellos fácilmente aceptan la inspiración de un poeta, pero no pueden aceptar la inspiración de un profeta; en nuestros tiempos la predicación de la cruz de Cristo, de su resurrección y de su segunda venida, sigue causando el mismo disgusto y enojo, en casi la mayoría de quienes integran la clase erudita de nuestro mundo, de la misma manera que lo causaba a la clase estudiada en los tiempos de los apóstoles. (Hechos 4:18)
Esta no ha sido la primera, ni la última vez que un hombre con convicción ha tenido que enfrentarse con una orden de esta índole. Ya sea que el hombre esté correcto o equivocado, es casi imposible corregir su manera de pensar, y es aún más difícil silenciar al hombre a través de una orden obligatoria o compulsoria.
En sí la orden de silenciar a una persona es la más grande prueba de derrota y de debilidad; ordenar a una persona no volver hablar sobre un tema en particular, es demostrarle el miedo y temor que se le tiene, a la vez, es admitir que tiene la razón, pero no se lo puede superar.
El fuego que existe en el corazón de un hombre para Dios y su obra, no se puede apagar con órdenes de cortes, ya sean civiles o eclesiásticas. La verdad de Dios vencerá cualquier amenaza, la verdad de Dios romperá las cadenas del miedo y del temor, la verdad de Dios hará libre a todo aquel que la práctica y la enseña.
Cada vez que Dios demuestra el poder de su gloria, siempre se levantará la oposición. Con toda seguridad Satanás no se quedará como un simple espectador, ni tampoco sus sirvientes.
La oposición no sólo se levantará de personas que tienen principios profanos y vidas miserables; la más grande oposición se levantará por parte de aquellas personas que tienen vínculos con nuestra propia religión, personas que hemos creído que son de nuestro mismo cuerpo y que pertenecen a nuestra misma forma de pensar; ellos serán los más grandes oponentes y los más dañinos a la obra de Dios.
El valor tiene muchas facetas: hay valor físico, de amor, de consciencia, de convicción, y de acción, entre otros. ¿Qué tipo de valor tenían Pedro y Juan ante el Sanedrín? (Lucas 22:33) fanfarroneó Pedro, pero en verdad no estaba preparado.
Ahora es llevado a la cárcel y Pedro no fanfarronea para nada, para que se cumpliera la profecía de Jesucristo sobre Pedro, cuando le dijo: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después.” (Juan 16: 36)
Pedro y Juan fueron presentados ante uno de los tribunales más magníficos que han existido en la tierra: el Sanedrín de los judíos.
Todo estaba en contra de ellos: la riqueza, el conocimiento, la moda, el orgullo, el número, la religión nacional, la ostentación y para empeorar las cosas, Pedro y Juan no tenían a ningún amigo allí presente. Allí estaban Pedro y Juan con calma y confianza, esa era una espléndida ilustración de Proverbios 28:1
Cierto rey pagano mandó a arrestar a un obispo de su nación y cuando lo tuvo enfrente le dijo que tenía que renunciar a su fe cristiana y tenía que comenzar a sacrificar a los ídolos de los paganos. –Mi rey señor, eso nunca lo haré- dijo el obispo. El rey furioso le dijo al obispo que la vida de él estaba en sus manos, y solamente era necesaria una señal de él para que sus súbditos terminaran con su vida. Eso lo sé -dijo el obispo-, pero antes de que termines con mi vida, sólo déjame contarte una historia, permíteme terminarla y después de eso, tomas la decisión que quieras con mi vida- fue el pedido del obispo al rey y éste consintió al pedido.
-Imagínate que unos de tus súbditos caiga en mano de los enemigos y ellos lo convenzan a que se rebele contra ti, y que te traicione. Pero este súbdito se mantiene leal a ti, y no te traiciona. Imagínate que en la cólera de los enemigos, ellos lo desnuden y lo manden caminando desnudo e insultado de regreso a ti, ¿no lo premiarías por el honor y respeto que te ha tenido, y no lo cubrirías con tus mejores ropas para tapar su vergüenza? El rey dijo: -¡Claro que sí. Pero ¿qué tiene que ver esto contigo? El obispo respondió: Tú puedes quitarme mis ropas y quitarme la vida, pero mi Maestro me cubrirá con un manto de luz y gloria y me premiará con la vida eterna, ¿Voy a cambiar mi fe, solamente para no perder mi ropa terrenal y mi vida aquí en la tierra?
El rey pensó por unos momentos las palabras del obispo y después de un momento respondió: -¡Vé en paz, has ganado!-
¿En qué consistía el secreto de los apóstoles? (Hechos 4:8)
Había tremenda diferencia entre el Pedro antes de la ascensión de Cristo y el Pedro después de la ascensión de Cristo.
Pedro había nacido con un arrebato natural, muchas veces su ímpetu y presteza lo colocaban en problemas difíciles de resolver, pero interesantemente cuando se le ponía a prueba su valor natural, casi siempre fallaba.
En un impulso se lanzó al embravecido mar, sólo para pedir ayuda en cuanto puso sus pies en el agua; Pedro usó la espada movido por un arrebato, pero su valor temporal fue seguido por una pálida y larga cobardía; este era el Pedro natural.
Después del Pentecostés, sin embargo, Pedro era diferente: era duro como el granito, tenía un valor de convicción inamovible, era fiel a la verdad, era el Pedro transformado por la gracia de Dios; ahora sus impulsos naturales eran gobernados por el poder divino, su temor al hombre se había cambiado por el temor a Dios. (Hechos 4:12)
El texto previo contiene una de las frases más poderosas y sublimes que pueden existir en el mundo. Es la sustancia del evangelio apostólico, también es la experiencia de todo pecador que ha alcanzado el perdón; esta frase es la que da fuerza a toda confesión del pecador, y es el fundamento de toda la predicación que la iglesia hace aquí en la tierra.
El pastor Tomás Westrup adoptó la versión castellana de un canto espiritual que alienta al caminante cristiano hoy.
Está en el Himnario adventista, #469: