El Señor es santo

 

El Señor es santo.

“Justo es Jehová en todos sus caminos y misericordioso en todas sus obras” Salmo 145:17.

Ningún padre terrenal es santo en grado absoluto como nuestro Padre celestial. Cuando decimos: “Santificado sea tu nombre”, no le dedicamos ningún cumplido extraordinario; es un reconocimiento.

Los diccionarios dicen que las cosas santas pertenecen o están relacionadas con un poder divino, que son sagradas y dignas de adoración, que están apartadas para un propósito religioso o que merecen un respeto o una reverencia especiales.

Sin embargo, la santidad de diccionario no va más allá. En cambio, en la Biblia, la santidad es un fuego abrasador que no tolera el pecado. A menudo contemplamos el amor de Dios, su misericordia, su gracia, su fidelidad y su bondad. Pero, hasta que no entendemos tan siquiera un atisbo de su santidad, jamás podremos apreciar realmente las revelaciones de nuestro Padre celestial.

No es preciso que seamos teólogos o filósofos para que podamos captar la importancia de su santidad; basta con que nos demos cuenta de que su misericordia y su gracia, su fidelidad y su bondad, son aspectos de su carácter, mientras que él es santo. (“Estad quietos y conoced que yo soy Dios” [Salmo 46:10]).

Todos los ídolos son el resultado de una idea errónea acerca de la santidad de Dios. Cuando no conocemos al verdadero Dios, nos hacemos dioses a nuestra semejanza.

Las palabras: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre”, no tienen que evocar las imágenes de una relación triste o desagradable que hayamos podido tener con nuestro padre terrenal. Al contrario, gracias a ellas sabemos que hablamos con nuestro Papá celestial, cuya santidad lo lleva a hacer lo que hay que hacer.

Lo llamo Papá celestial porque Jesús así lo llamó en el Getsemaní. “Y decía: ‘¡Abba, Padre!, todas las cosas son posibles para ti. Aparta de mí esta copa; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú’” (Marcos 14:36). La palabra “abba” es el equivalente arameo de “papito”. Jesús llamó “Papito” a su Padre celestial; por tanto, nosotros también podemos hacerlo. Al respecto, investigué acerca de lo que un rabino judío dijo acerca de esta palabra, a lo cual respondió que, aún hoy día, en el Estado de Israel los niños pequeños llaman así a sus padres.

¿Verdad que es reconfortante saber que nuestro Padre celestial es santo y bueno; y que, como buen Padre que es, hará lo que mejor nos convenga?

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