Extinción del mal.

“Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1: 18, 19).

De aquellas cinco ofrendas: la ofrenda de purificación u ofrenda por el pecado. Inicialmente aquí presentaremos el ciclo completo desde el pecado hasta el perdón, y después hasta la extinción del mal.

El pecado comenzó con Eva y continuó con Adán. Sus hijos se volvieron pecadores. Todos nosotros, en este planeta Tierra, somos pecadores. Por mucho que no queramos, como muy bien lo explicó Pablo, cuando nos damos cuenta, de una forma o de otra ya pecamos, y finalmente llegó el momento de conocer el ciclo completo del pecado, o sea, de comienzo a fin.

Todo comienza cuando cometemos un pecado, que siempre es una desobediencia a la ley o a algún principio divino. Podemos ser perdonados, pero este no es un perdón barato; tiene un costo alto.

Antiguamente, el pecador, o culpable, llevaba un cordero para ser ofrecido en su lugar. Él debía sacrificar al cordero cuya sangre era derramada. Si fuese una persona común o un príncipe, el sacerdote debía comer parte de la carne, lo cual simbolizaba que él se contaminaba con aquél pecado, y el pecador se hallaba libre de él. El pecado pasaba al animal que debía morir, y del animal, por medio de la carne que era comida, pasaba al sacerdote, y del sacerdote pasaba al santuario cuando allí entraba. Cuando el pecado era del sacerdote o de la congregación, lo hacían diferente: en vez de comer la carne, la sangre era rociada en las puntas (o cuernos) del altar, pasando del sacerdote pecador al animal y su sangre contaminaba igualmente al santuario; y es que el sacerdote que estaba en falta, no podía él mismo llevar la sangre para contaminar el santuario puesto que él ya estaba contaminado con su propio pecado. Hoy en día, si pecamos, pedimos perdón directamente a DIOS por medio de JESÚS nuestro sumo sacerdote. Pero en aquellos tiempos, JESÚS todavía no oficiaba en el Cielo, por eso era diferente.

Allí en el santuario se acumulaban los pecados durante el período de un año. La verdad es que esa acumulación de pecados en aquél santuario era simbólica, pues los pecados estaban realmente acumulándose en el santuario celestial, tal como sigue siendo hoy. Si pecamos y pedimos perdón, allá queda el registro del pecado en el libro correspondiente con la inscripción: perdonado por la sangre de JESÚS. Entonces, una vez al año ocurría el día de la Expiación, o sea, el día de la purificación de los pecados ya perdonados que se habían acumulado en el santuario, sea en el lugar santísimo, sea en el lugar santo o sea en el atrio, pues todo estaba contaminado, es decir, manchado de pecados o maldades. ¡Justamente en la casa de DIOS! Eran los pecados de sus hijos, una vergüenza para el Padre.

En el día de la Expiación, o, actualmente, en el tiempo del juicio que viene ocurriendo desde 1844, el santuario era purificado principalmente por la muerte de dos machos cabríos. Uno de ellos representaba a CRISTO y era muerto con derramamiento de sangre. Moría para purificar los pecados que estaban en el santuario, que ya habían sido perdonados. Por eso, ningún pecado era confesado sobre ese macho cabrío, su sangre era pura y servía para purificar lo que estaba contaminado por los pecados. El santuario quedaba limpio pues un inocente murió por ellos. Escribimos “por ellos” y no “a causa de ellos”, puesto que era inocente. Ese macho cabrío representaba al Cordero de DIOS, que de hecho murió por los pecados. Ese es el costo del perdón, la muerte de JESÚS.

Como dijimos, desde el año de 1844 estamos en el tiempo de la expiación, cuando CRISTO, el verdadero sacerdote oficia en el lugar santísimo, purificando los pecados, pecador por pecador, y la terminación de ese servicio coincidirá con la culminación de la predicación del evangelio aquí en la Tierra, por medio de un fuerte clamor. Se cierra la puerta de la gracia y entonces JESÚS ya no intercede más por el perdón de nadie.

Pero el proceso del pecado aún no termina con el fin del tiempo de gracia. Falta castigar al verdadero culpable, Satanás, con quien todo eso comenzó y es el responsable por llevar a las personas a pecar. JESÚS no murió por él ni por los ángeles que con él se juntaron en esta guerra. Él debe pagar por las consecuencias de su rebeldía y por las consecuencias de la rebeldía de aquellos a quienes hizo pecar. Los impíos también deben pagar, cada uno por sí, pues no aceptaron la intercesión de JESÚS ni su sangre ofrecida gratuitamente.

En el ritual antiguo, el otro macho cabrío, el macho cabrío emisario, representaba a Satanás y también debía morir, solo que era llevado al desierto y allí abandonado para morir de hambre y sed, sin derramamiento de sangre, puesto que su muerte no servía para perdón. Esa muerte del llamado macho cabrío vivo, porque no era sacrificado con derramamiento de sangre, simbolizaba el castigo que caerá sobre Satanás. ¡Qué cosa horrible! Sin embargo, así funciona el pecado. No es una sucesión de delicias sino de injusticias. Al final, el pecado será extinto con la muerte de Satanás, sus ángeles y sus seguidores humanos. Ahí sí, termina el ciclo del pecado.

Prestemos atención, la muerte de Satanás no es y ni podría ser expiatoria, ella no sirve para el perdón de nadie. Él muere porque es el culpable de toda esta gigantesca consecuencia debida a su ambición de querer ser semejante al Altísimo, y debe pagar por esa culpa, su parte en toda esa desgracia. Y también debe sufrir por lo que hizo llevando a otros a desobedecer a DIOS. Y así, se elimina del Universo el problema del pecado, y no restará ni raíz ni rama. Todo el pecado será eliminado, una parte por el perdón y la otra por extinción. ¡La justicia será cumplida!

De acuerdo al Antiguo Testamento, hay tres categorías de pecados: el pecado involuntario, el pecado deliberado y el pecado de rebelión.

El pecado involuntario es casual, no es planeado ni premeditado. No viene siendo acariciado ni es habitual. Por ejemplo, una persona está andando por la calle y se descuida provocando un accidente. No era la intención de hacerlo. Sucedió debido a que es falible, es una debilidad propia de los seres humanos.

El pecado deliberado es intencional, planeado y que fácilmente se vuelve repetitivo, habitual, difícil de librarse. El individuo va disfrutando de lo que hace y muchas de las veces llega incluso a defender la idea de que aquello no es pecado. Por ejemplo, muchos miembros de iglesia no pueden dejar de tomar el café, la coca cola, que son bebidas estimulantes. Podríamos citar también el pecado de la inmoralidad. Nadie se va con una prostituta de casualidad, ya lo venía pensando antes.

El pecado de rebelión es también, como el anterior, planeado, solo que de indudable rebelión contra DIOS o contra la iglesia de CRISTO en la Tierra. Hay una motivación específica: ofender a DIOS, a su iglesia o a sus miembros. La rebelión surge por causa de algún mal entendido, espíritu de venganza, discrepancia, falla de la propia iglesia, etc. Pero toda rebelión, por lo menos en su comienzo, es bien consciente, pudiendo volverse después en algo que el individuo considera correcto. Con el paso del tiempo, si permanece en rebelión, va razonando e inventando motivos que le parecen que justifican su actitud, considerándola entonces adecuada. En esa situación, ya está generándose el pecado contra el ESPÍRITU SANTO, el cual no tiene perdón. Y dejemos claro que cuando DIOS no perdona es porque el individuo no cree necesario arrepentirse ni ser perdonado. Este, por ejemplo, es el caso de las personas que (fatalmente) defienden la causa de que el ESPÍRITU SANTO no es DIOS. Les parece una causa correcta por lo que piensan que no deben cambiar. ¿Será que el ESPÍRITU SANTO puede trabajar en la mente de ellos?

Ya mencionamos que el perdón de DIOS no es barato. Su precio fue el sacrificio voluntario de JESÚS, volviéndose un varón de dolores, perseguido, incomprendido, juzgado como culpable sin conocerse la supuesta culpa. Fue arrestado sin ninguna acusación formal, juzgado en la oscuridad de la noche y entregado a soldados paganos sedientos siempre de sangre, sin importar si era inocente o culpable. Fue humillado bárbaramente por las autoridades, por el pueblo y por los azotes, a pesar de que aún pidió por todos ellos para que pudiesen ser perdonados si así lo deseasen. Pocos aprovecharon. Pero lo peor de todo fue que Él fue perseguido y maltratado por su propio pueblo, ese que siglos antes Él mismo formó por medio de Abraham y Sara. Aquellos que más deberían aceptarlo y defenderlo eran los que lo perseguían y humillaban durante su ministerio. Aquellos que deberían conducir a la población para que lo escuche, hacían todo lo posible para alejar a la gente. Mucho se podría escribir al respecto, pero el espacio es pequeño. El hecho es que el perdón que recibimos gratuitamente, tuvo un altísimo costo para Alguien, nada menos que nuestro Creador. Indudablemente Él nos ama. ¡Asumió nuestra culpa para perdonar! ¡Y sufrió las consecuencias!

¿Cómo ocurría el ritual del sacrificio por el pecado cometido, para el cual se buscaba el perdón? En primer lugar, el pecador confesaba su pecado colocando las manos sobre la cabeza del animal. Así, simbólicamente, se transfería la culpa para el animal. Enseguida, el pecador mataba al animal metiéndole un cuchillo en la vena yugular. Así, el animal inocente, cargando la culpa del pecador, moría en su lugar. Luego, en el caso de pecado del propio sacerdote o de la congregación, el sacerdote tomaba de la sangre del animal y con la punta de los dedos colocaba un poco en las cuatro puntas del altar. De ese modo, se transfería el pecado hacia el altar, contaminándolo.

¿Cómo se transfería el pecado, del corazón del pecador al santuario? Por medio de la sangre, que contiene la vida y que simbólicamente carga el pecado. El pecado exige muerte, por eso la vida que está en la sangre es retirada para que muera.

Ese ritual, lleno de detalles y enteramente sagrado, servía a dos propósitos. Uno era el de ilustración para que entendiésemos lo que JESÚS haría en el santísimo. Otro era el de mostrar que no se perdona un pecado solo diciendo: “ve en paz”. Un precio muy alto, la vida de JESÚS, tuvo que pagarse para que hubiese perdón.

Necesitamos entender ese ritual para concientizarnos de los daños que un pecado ocasiona. Más aún, necesitamos entregarnos a JESÚS para que cada día pequemos menos y seamos más santos.

Para poder ser perdonado, el pecador debía tener su pecado transferido al santuario. Ya no lo tendría él, pero en el santuario habría contaminación porque el pecado ahora estaría allí, no habría desaparecido, es sólo que cambió de lugar, no estando más con el pecador.

DIOS es amor y perdonador. Él perdona porque ama. El amor es su carácter. A pesar de no ser vengativo, al final castigará a los impíos, a aquellos que se mantuvieron rebeldes, que no aceptaron el perdón y que continuarán luchando contra DIOS y a favor de la maldad mientras tengan oportunidad. Estos son malos por naturaleza y, a diferencia de los justos, no admiten la necesidad de cambio, prefieren juntarse con el error. Entonces nos preguntamos: ¿qué más, que otra alternativa podría darles DIOS a ellos que no sea la muerte?

De parte de DIOS el perdón es inagotable. Es gratuito, solo demanda el uso de la voluntad, y aún para eso DIOS promete ayudar. Sin embargo, somos libres para decidir por el arrepentimiento o por el mantenimiento de la rebeldía. Que cada uno de nosotros pueda reflexionar sobre su situación, pues es infinitamente mejor estar al lado de DIOS. Esa posición aquí en la Tierra es el camino angosto, porque hay disponibles una infinidad de oportunidades perjudiciales para engañarnos. Por ejemplo, por increíble que parezca, aquél que desea ser cristiano tiene un sin número de oportunidades para perderse, una de ellas es cultivando sus ambiciones de poder y riqueza por medio de la Teología de la Prosperidad. El camino de perdición es ancho y lleno de oportunidades, pero el de salvación es angosto porque la verdad es una sola.

Es muy importante que nos concienticemos de cuánto dolor le causa a JESÚS nuestro equivocado modo de vivir y de que vivamos de acuerdo con ese estado de conciencia, para que podamos ser salvos.

Una cosa que debemos hacer es aceptar el perdón, para que no participemos del desenlace de los impíos, que mueren tan solamente porque no lo aceptan, es decir, disfrutan del pecado. Aceptándolo, pero nosotros aceptamos entonces el ESPÍRITU SANTO que trabajará en nosotros para que seamos gradualmente transformados para la salvación.    Dios te bendiga.

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