La atracción de los libros

 

La atracción de los libros.

“Cuando vengas, trae la capa que dejé en Troas, en casa de Carpo; y los libros, mayormente los pergaminos” 2 Timoteo 4:13.

El apóstol Pablo se encontraba confinado dentro de un calabozo en Roma. Presentía claramente que se aproximaba el día de su martirio. Con palabras dramáticas le ruega a Timoteo que vaya a verlo, ya que todos los habían abandonado. En su soledad, deseaba ardientemente la presencia confortadora de un amigo como Timoteo. Deseaba también que el joven pastor de Éfeso le llevara los libros y los pergaminos.

Algunos eruditos creen que esos pergaminos eran “la traducción del Antiguo Testamento al griego hecha por Pablo, y no era, por lo tanto, una carga pequeña que pudiera ser llevada de aquí para allí”, o “posiblemente copias oficiales de las palabras de Jesús, o narraciones primitivas de su vida”.

Los libros eran una parte importante en la vida del elocuente predicador, y ahora, en el crepúsculo de su ministerio, deseaba el consuelo y la inspiración de los grandes libros.

Hay cristianos que en su “celo sin entendimiento” desprecian de modo general los buenos libros. Creen que la Biblia es suficiente. Calvino (1509 – 1564) utilizó el pedido de Pablo para refutar “la insensatez de los fanáticos que desprecian los libros y condenan toda lectura, gloriándose solamente de su fervor y de sus aspiraciones particulares acerca de Dios”.

Algunos comentaristas de la Biblia destacaron el paralelismo histórico entre Pablo, en Roma, y William Tyndale (1494 – 1536), quince siglos más tarde, en Bélgica. Perseguido y preso por causa de su fe, y poco antes de su martirio, Tyndale escribió una carta al marqués de Bergen donde le decía: “Ruego a su Señoría, por el Señor Jesús, que si tengo que quedar aquí durante el invierno, suplique al comisario la fineza de mandarme dos cosas que son mías… un gorro de lana, siento dolorosamente el frío en mi cabeza. También una capa más caliente, pues la que tengo es muy fina… Pero, sobre todo, mi Biblia hebrea, mi gramática y mi vocabulario, para que use mi tiempo en esa actividad”.

Tanto el apóstol Pablo como William Tyndale no ocultaron su profundo amor por los libros.

Un creyente que no lee se asemeja a una persona solitaria y afligida que desconoce las atracciones y los encantos existentes en el maravilloso y fascinante mundo de los libros.

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