Los atrios del Señor.
“¡Cuán amable es tu morada, Señor Todopoderoso! Anhelo, y ardientemente deseo los atrios del Señor. Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo” Salmo 84:1, 2.
El salmista canta en estos versos la irresistible fascinación que el santuario ejercía en su espíritu. El hombre es por naturaleza “incurablemente religioso”. Es evidente que este impulso del corazón puede ser satisfecho cuando estamos a solas, en nuestro aposento, o en el silencio de un desierto. Sin embargo, eso no excluye la necesidad que tenemos de participar de la comunión con el Invisible, en asociación con otros, oportunidad que nos ofrece ese organismo vivo que llamamos iglesia. Algo trascendente se transfiere al hombre que se uno a otros en la congregación para, en recogimiento, entregarse a la oración y la adoración. “Porque donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20), dijo Jesús, subrayando la importancia de la adoración en conjunto.
Desgraciadamente se va acentuando en ciertos círculos una creciente indiferencia para con el santuario de Dios. Algunos preguntan: “¿Por qué ir a la iglesia si puedo oír a Dios en mi hogar?” Otros, con suficiencia propia, dicen: “¿Cuál es la ventaja de ir al templo, si también puedo adorar a Dios en mi casa?”
En los Estados Unidos existen 61 millones de adultos sin ninguna filiación religiosa. Una encuesta realizada por un conocido centro de investigación arrojó algunas conclusiones sorprendentes.
Esos irreligiosos no son personas incrédulas. No es la falta de fe lo que los mantiene apartados de la iglesia o de las instituciones religiosas. El 68% de ellos declaró creer en la resurrección de Jesucristo; el 64% que Jesús es el Hijo de Dios; el 57% en la vida después de la muerte; el 76% dijo que oraba a Dios y el 45% que lo hacía con frecuencia. No obstante, en su mayoría confesaron su desencanto con la iglesia como institución. Preocupada con los problemas organizacionales y promocionales –dijeron esos religiosos–, la iglesia descuidó la devoción y perdió su poder espiritual. Por eso, el 49% de los entrevistados declaró que la iglesia ya no posee las condiciones para ayudar al hombre a descubrir el significado de la vida; y el 86% cree que es posible encontrar el camino de Dios sin la orientación de una iglesia.
“Para la persona humilde y creyente, la casa de Dios en la tierra es la puerta del cielo” (Joyas de los testimonios, t. 2, p. 193).