¿Nosotros u otros?
“Examinaos a vosotros mismos para ver si estáis en la fe. Probaos a vosotros mismos. ¿No reconocéis que Jesucristo está en vosotros? A menos que estéis reprobados” 2 Corintios 13:5.
Las críticas pueden ser clasificadas en dos categorías. La primera se compone de los que se critican a sí mismos, de los que se esfuerzan por conocer las propias faltas y deficiencia de carácter. Se sienten estimulados al autoexamen: “Cada uno examine su propia obra. Entonces el motivo que tenga para gloriarse, lo tendrá sólo para sí, y no ante otro” (Gálatas 6:4).
Al ocuparnos con la autocrítica, tendremos menos tiempo para pensar en los actos ajenos. Cuanto más profundamente escudriñamos los rincones de nuestro ser, tanto más humildes nos sentimos, y tanto menos inclinados a examinar las debilidades de los otros.
Sócrates (469-399 a.C.), en vez de estudiar el mundo físico, como los filósofos naturalistas que lo precedieron, se dedicó al estudio de la naturaleza humana. La frase “Conócete a ti mismo” fue la máxima que dominó su pensamiento filosófico.
“Un carácter noble, cabal, no se hereda. No lo recibimos accidentalmente. Lo obtenemos mediante esfuerzos individuales, realizados por los méritos y la gracia de Cristo. Dios da los talentos, las facultades mentales; nosotros formamos el carácter. Lo desarrollamos sosteniendo rudas y severas batallas contra el yo” (Palabras de vida del gran Maestro, p. 266).
La segunda se compone de los que se empeñan en descubrir las faltas y debilidades de los demás, mencionándolas continuamente.
“Nos horrorizamos al pensar en el caníbal que come con deleite la carne aún caliente y temblorosa de su víctima, pero, ¿son los resultados de esta costumbre más terribles que la agonía y la ruina causadas por el hábito de tergiversar los motivos, manchar la reputación y disecar el carácter?” (La educación, p. 235).
La Biblia califica a los que actúan así como calumniadores, murmuradores, detractores, sembradores de discordia. “Hermanos, no habléis mal de otros. El que habla mal de su hermano y juzga a su hermano, habla mal de la Ley, y juzga a la Ley. Y si tú juzgas a la Ley, no eres cumplidor de la Ley, sino juez” (Santiago 4:11). “Señor, ¿quién habitará en tu Santuario? ¿Quién residirá en tu santo monte? El que anda en integridad y practica la justicia, y habla verdad en su corazón. El que no habla mal de nadie ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su prójimo” (Salmo 15:1-3).
En una de sus reflexiones, el escritor hindú Rabindranath Tagore suplicó: “Señor, fortifica mi mirar para que vea los defectos de mi propia alma; y venda mis ojos para que evite ver y comentar los deslices ajenos”.