Una obra perturbadora

 

Una obra perturbadora.

“Y presentándolos a los magistrados, dijeron: ‘Estos hombres, siendo judíos, alborotan nuestra ciudad’”. Hechos 16:20.

Después de haber predicado en la ciudad de Filipos de Macedonia, Pablo y Silas fueron presos y, entre apuros y atropellos, conducidos a la presencia de los magistrados. Contra ellos testificaron los adversarios filipenses al decir: “Estos hombres, siendo judíos, alborotan nuestra ciudad”.

¡Qué elogio y qué testimonio!

Sí, una fuerza perturbadora revolucionaba Europa en aquella época, promoviendo cambios radicales en los hábitos, usos y costumbres de un imperio.

No disponían los cristianos, en los días apostólicos, de los excelentes recursos que poseemos hoy. Carecían de templos y de obreros especializados. ¡Sin embargo, consiguieron perturbar a las multitudes, evangelizando tres continentes!

Cuando Juan el Bautista inició su obra, toda Judea fue sacudida con su vibrante mensaje. Herodes y Herodías, sacerdotes y fariseos, publicanos y soldados, todos fueron perturbados por el verbo poderoso del apóstol precursor.

¿No ocurrió así también con Jesús? Su ministerio fue señalado por sucesivos tumultos y perturbaciones: “No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada” (Mateo 10:34).

Las palabras de Jesús siempre producían conturbación espiritual de vidas y conciencias. Se agitaron con sus enseñanzas los infatuados doctores de la ley; los arrogantes sacerdotes; el opulento Zaqueo; la desventurada adúltera descubierta en transgresión; en fin, hombres y mujeres de todas las clases y niveles sociales.

Cuando las tinieblas del error y las sombras de la apostasía medieval cubrían el mundo, dentro de los muros de un claustro un oscuro monje inició una obra perturbadora. Con su valiente voz, proclamando la justificación por la fe, Lutero perturbó a papas y cardenales, reyes y emperadores, estados y continentes.

Perturbadores fueron también los primeros días del adventismo.

Portadores de las verdades restauradoras, los pioneros lanzaron los fundamentos de una vibrante obra internacional. ¡Que Dios nos conceda el mismo fervor que los caracterizó! Y así, muchos serán impelidos a decir: “¡Estos adventistas nos perturban con su predicación profética e irreprensible conducta!”

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