Dios, el fundamento del hogar

 

Dios, el fundamento del hogar.

“Llamaron a Rebeca y le dijeron: ‘¿Irás con este hombre?’ Y ella respondió: ‘Sí, iré’” Génesis 24:58.

Aunque en Oriente la mujer tenía poco derecho de elección en el tema del casamiento, le caía a Rebeca dar la palabra final a la propuesta hecha por el siervo de Abraham de unirse en matrimonio con Isaac. El romántico epílogo de ese episodio de la vida de Rebeca es su respuesta positiva: “Si, iré”.

Al amanecer, rehusando las insistentes invitaciones para quedarse un poco más, el mayordomo de Abraham se puso en camino, llevando en su compañía a aquella que había de ser la bienaventurada esposa del hijo de su amo. Y mientras iba montada en su camello, envuelta en un dulce sueño de esperanza y expectativa, Rebeca oía el agradable eco de las últimas palabras mencionadas con ternura y afecto por sus familiares: “Eres nuestra hermana, sé madre de miles de millares, y tus descendientes posean la puerta de tus enemigos” (Génesis 24:60).

Dice el relato que mientras el joven Isaac aguardaba la llegada de aquella que habría de ser su esposa, oraba a Dios pidiéndole la bendición sobre su unión: “Isaac había salido al atardecer, al campo a orar” (Génesis 24:63).

Debe haber oración constante y seria reflexión de parte de los que piensan en casarse. Desgraciadamente, muchos contemplan hoy la experiencia matrimonial de manera liviana y frívola. El casamiento pasó a ser un ensayo transitorio, un experimento irresponsable, una aventura inconsecuente. Como resultado, vemos una generación hedonista diluirse moralmente. El adulterio se transformó en un episodio rutinario. Hijos huérfanos de padres vivos, desorientados, se rebelan contra el principio de autoridad, y la paganización de las costumbres se generaliza.

“La mayoría de los matrimonios de nuestra época, y la forma en que se los realiza, hacen de ellos una de las señales de los últimos días. Los hombres y las mujeres son tan persistentes, tan tercos, que Dios es dejado fuera” (El hogar adventista, p. 61).

El hogar de Isaac y Rebeca no fue perfecto. A veces, la paz y la armonía fueron perturbadas por los errores y las incomprensiones propias de la naturaleza humana. Pero sus fallas y deficiencias siempre se escondieron bajo el diáfano manto del amor.

Jesús subrayó el origen del matrimonio, destacando que el propósito divino era la unión de dos vidas en los lazos indisolubles del amor, y que el divorcio significaba la desvirtuación del ideal original.

Hoy asistimos a una crisis de los valores relacionados con la familia. Los problemas económicos arrancan a la madre del seno del hogar. En las grandes ciudades, los padres apenas se encuentran ocasionalmente y los hijos crecen entregados a su propia suerte.

Se inventó la reunión extrafamiliar, el encuentro en los restaurantes. Además de esos elementos disgregadores, el cine y la televisión se unieron con el deliberado propósito de minar los fundamentos del hogar. Exhibiendo películas donde el adulterio y la infidelidad conyugal son exaltados, el casamiento pasa a ser considerado una aventura sin sentido de permanencia.

Los sentimientos nobles, que deberían motivar las relaciones entre los cónyuges y entre éstos y los hijos, desaparecen en la vorágine de una alarmante paganización de las costumbres; y los divorcios se multiplican, dejando por todas partes una inmensa legión de desventurados huérfanos de padres vivos.

Los fariseos le preguntaron a Jesús: “¿Es lícito al hombre divorciarse de su esposa por cualquier causa?” (Mateo 19:3). Querían lanzar al Maestro contra la escuela de Shammai o la de Hillel, destacados rabinos de la época. Shammai enseñaba que solamente el adulterio justificaba el divorcio. Hillel aducía otras razones, además de la infidelidad conyugal. Pero Jesús sabiamente evadió el dilema, recordando el origen divino del casamiento: “¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y mujer, por eso, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos serán una sola carne? Así, ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió, no lo separe el hombre” (Mateo 19:4-6).

Jesús destacó el origen del matrimonio, subrayando que el divorcio es el envilecimiento del ideal divino.

La reforma de costumbres debe comenzar en el hogar. Pero únicamente los hogares cristianos, sólidamente fundados en la Palabra, podrán proveer los elementos indispensables para la renovación moral que el mundo tanto necesita.

No debemos casarnos con una persona que no ama a Dios. “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos. Porque, ¿qué tiene en común la justicia con la injusticia? ¿Qué comunión tiene la luz con las tinieblas?” (2 Corintios 6:14). Entonces los cristianos no deben ni casarse, ni ennoviarse, ni siquiera salir con incrédulos. Pero yo prefiero decir con personas que no amen a Dios, porque hoy todo el mundo es “creyente”, hasta los artistas más famosos son “creyentes”. Tiene que ser gente que no ame a Dios. La Biblia dice que aún los demonios creen en Dios y tiemblan. No es suficiente con creer en Dios, es necesario tener una relación con él, es necesario amar realmente al Señor.

Tú puedes saber si una persona ama a Dios simplemente observándola. “Así, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20). Simplemente analiza lo que una persona hace y puedes saber si es una persona que ama a Dios, pues una persona que ama a Dios, en primer lugar, quiere agradarlo, quiere hacer su voluntad, está dispuesto a obedecer a Dios, aunque vaya en contra de lo que él piense, su Palabra está por encima de todo. Pero también, en segundo lugar, una persona que ama a Dios es un adorador, y cuando lo ves adorar, sabes que él no es un adorador profesional, sino que realmente él ama a Dios y está comprometido con él. Pero además de esto es una persona plantada en una iglesia, y esto es importante porque la iglesia es la esposa de Jesús. Entonces Dios quiere personas comprometidas con su esposa, y cuando hablamos de gente planta nos referimos a personas que están echando raíces, que están comprometidas, que aman su iglesia, esa es una persona que ama a Dios. Pero además de esto, es una persona que quiere establecer el reino de Dios, esa es su primera prioridad por encima de cualquier cosa, que el reino de Dios se establezca aquí en la tierra.

El mejor consejo para elegir a la esposa está en Proverbios 31:30: “Engañosa es la gracia, y fugaz la hermosura. La mujer que venera al Señor, ésa será alabada”. El mejor consejo para las mujeres, para que puedan elegir a su esposo nos lo da Dios en 2 Samuel 16:7: “No mires su parecer, ni su gran estatura, porque yo lo desecho. Porque el Señor no mira lo que el hombre mira. El hombre mira lo que está ante sus ojos, pero el Señor mira el corazón”.

¡Que nuestros hogares sean rincones benditos, donde se centren nuestros más caros afectos y nuestros deseos más suspirados se cristalicen!

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