El cántico de victoria.
“Y cantaban el canto de Moisés siervo de Dios, y el canto del Cordero, diciendo: ‘¡Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso! ¡Justos y verdaderos son tus caminos, Rey de las naciones!’” Apocalipsis 15:3.
El “cántico de Moisés” es el canto con el que Israel celebró el milagro del paso del Mar Rojo y la memorable victoria sobre las fuerzas del Faraón (Éxodo 15:1-21). Este cántico celebró, entre explosiones de gozo y expresiones de alabanza, la liberación del yugo egipcio. El himno del Cordero celebrará el triunfo final sobre la tiranía del pecado y el dominio del mal.
Las puertas de la ciudad de Dios se abrirán, y los redimidos entrarán en medio de vibrantes aclamaciones. Todo el cielo vibrará de alegría. Los ángeles ejecutarán melodiosa música, acompañada con arpas de oro. Y una multitud innumerable, formada por los redimidos de toda la Tierra, se unirá en jubiloso cántico: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos” (Apocalipsis 15:3).
Un escritor francés narra la historia de un barco, en el siglo XIX, que vagó durante semanas a la deriva, perdido en el mar, azotado por las tormentas. Excitados, pasajeros y tripulantes corrieron a la cubierta aguardando ansiosos el momento en que vislumbrarían las playas en el horizonte. Conseguían divisar apenas contornos vagos, tan imprecisos que casi se dejaron abatir por el desaliento. ¿Sería tierra? ¿Podría ser Francia? ¿Era Francia, de verdad? ¿O algún país extraño? Poco a poco los contornos se fueron haciendo más visibles.
Después de algunas horas que les parecieron una eternidad, el vigía clamó: “¡Francia! ¡Es Francia!”
La alegría de aquellos perplejos y atribulados pasajeros y tripulantes no conoció límites. ¡Después de tan larga tormenta, aflicciones y temores, llegaban finalmente a la patria!
Lo mismo sucederá con nosotros cuando, después de las tempestades de esta vida, divisemos las playas del más allá. Nuestro gozo alcanzará su clímax cuando nuestros pies crucen los portales de la Nueva Jerusalén. Entonces viviremos con incontenida emoción la experiencia descripta por el vidente de Patmos: Cantaremos “sobre el mar de vidrio” el cántico de victoria.
Cuando Jesús estaba por dejar a los discípulos, vio que la tristeza los dominaba. Por eso, con ternura, añadió: “Os aseguro que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará. Vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. También vosotros ahora tenéis tristeza. Pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie quitará vuestro gozo” (Juan 16:20, 22). ¡Entonces estaremos, finalmente, en nuestra patria eterna!